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UNA REVOLUCIÓN SIN PANFLETO

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 29 oct 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 1 nov 2022

La Educación Sentimental es una de las obras más conocidas del escritor francés Gustave Flaubert. Es una novela histórica, escrita en 1869 y que retoma los sucesos entre la Revolución de 1848 (la conocida Primavera de los Pueblos) y el Segundo Imperio de Napoleón III. Es la historia de un joven de clase media, Frédéric Moreau, que al principio se entusiasma con los aires de transformación social, pero acaba renegando de estos. Como la mayoría de esta capa de la sociedad de aquel momento, Moreau no halla el cumplimiento de sus ambiciones en los dogmas de esa fallida revolución, sino que esta se convierte en una amenaza contra sus privilegios y sus posibilidades de ascenso social. Tal y como lo señala Marx, en su texto El 18 de brumario de Luis Bonaparte, la Segunda República francesa se convierte en el campo de batalla entre la burguesía y el proletariado, entre sectores liberales y los socialistas. De hecho, la novela de Flaubert tiene un personaje al que se le denomina directamente con el nombre de El Socialista. Este es un personaje inconforme con los cambios de aquella república burguesa, pues no representa sus intereses de clase trabajadora. Flaubert, con gran maestría, elabora una tensión fuerte entre Moreau y El Socialista. El uno representa a los sectores burgueses y al liberalismo; el otro, al proletariado y al socialismo. Ambos se enfrentan por ver cuál bando sale vencedor, pero en medio de esta disputa aparece un tercer protagonista que saca provecho de lado y lado: Luis Bonaparte (Napoleón III), que representa a los sectores más reaccionarios. El emperador, que fungió como presidente de la República, supo utilizar a la burguesía y al proletariado para allanar el camino hacia el golpe de Estado y la caída de la República. La burguesía, por temor al pueblo trabajador, aceptó y propició el avance del dictador. El pueblo trabajador, por su parte, pensó erradamente que así podría librarse del yugo de la burguesía. Obviamente, aquel demagogo traiciona a las dos partes y busca restaurar el antiguo régimen feudal. De hecho, la novela acaba con las escenas del golpe de Estado donde el socialista se ha convertido en un agente represor del nuevo emperador.


Ahora bien, existen varios paralelismos y algunas diferencias entre aquella historia y lo que hoy sucede en Colombia, cuando el país vive una de sus mayores transiciones históricas, especialmente a lo que se refiere a las amenazas contra dicho proceso de cambio. Empecemos por el contexto. En el texto de Marx ya mencionado, el autor alemán explica que estos sucesos se dan en el marco del ascenso de la burguesía y de la consolidación del sistema capitalista. Colombia pasa por un momento similar en este aspecto. El cambio en el país significa dejar atrás, de forma definitiva, la premodernidad a nivel cultural y político y a nivel económico superar las taras de un sistema semifeudal. Tal y como lo analizaba Marx en ese período de la historia francesa, en Colombia podemos encontrar tres grupos que luchan políticamente. Por un lado, están los defensores del pasado latifundista y de castas, representado en la extrema derecha uribista. Por otra parte, están los liberales de la oligarquía, que aspiran a que se dé un cambio muy suave, de formas, que consolide su poder y visión de mundo. Y por otro, empieza a forjarse un sector que pide cambios más profundos, con una mirada más progresista, incluso socialista, que beneficie a las bases de la sociedad. En cuanto a las diferencias, Marx explica que aquella revolución de 1848 fue, en cierta medida, un panfleto copiado de la la gran Revolución Francesa de 1789. De allí surge su famosa frase de que la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa. La revolución de 1848, para Marx, fue una farsa de la de 1789. Usaba su lenguaje, pero buscaba fines contrarios. Bakunin, en sus cartas, que se ha recopilado con el nombre de La Revolución Social en Francia, también señala este aspecto. Según el filósofo ruso, los de la revolución de 1789 eran verdaderos revolucionarios, sin importar su partido. En cambio, los de 1848 son solo un panfleto de viejas ideas que jamás se cumplirán. Si bien toda nueva lucha se basa en una pasada, Marx y Bakunin demuestran que la de 1789 se inspiró honestamente en la República romana, pero la de 1848 se inspiró en una fantasmagoría. Para mí es claro que lo que vivimos en Colombia, con el primer gobierno de izquierda, es un hecho sin precedente, tan original como el de 1789 y que se basa de manera honesta y auténtica en revoluciones pasadas, como la de independencia, la de artesanos y comuneros. En ese sentido, no es un burdo panfleto de palabras vacías.


Ahora, pasemos a los protagonistas. Empecemos por el liberal. Lo podemos asimilar a los sectores de centro. El personaje de Flaubert, Moreau, es un tibio. A él nunca le interesó la revolución. Lo suyo siempre fue buscar la manera de ascender socialmente. A lo largo de la novela lo busca de todas las formas, incluso buscando matrimonio con una mujer de mejor posición social y muy adinerada. Pero cuando la revolución se convirtió en el pan de cada día y de lo que todos hablaban, él también se dejó seducir por ella. En cuanto quiso involucrarse, fue rechazado por las bases trabajadoras que lo veían como un enemigo de clase y como alguien falso. Entonces, Moreau se desencanta del proceso. En su intimidad, se vuelve un enemigo de aquella revolución que no lo ayudó a subir en la escala de la sociedad. Al igual que el resto de su clase, ve con malos ojos la insubordinación de los trabajadores. Sin darse cuenta, comienza a colaborar en el plan de los reaccionarios. Se convierte en uno de ellos. Luego se lamenta cuando la República se hunde, con sus valores liberales. Esto mismo le pasa a muchos centristas en Colombia. El proceso de cambio les gustaba, hasta que se convirtió en un proceso "demasiado" popular. Varios se han pasado al bando de la extrema derecha, mientras piden que vuelva el viejo orden con toda su barbarie. Antes eran promotores del cambio. Hoy reniegan de él y piden que sea revertido. Del liberalismo al fascismo en un solo paso. Todas sus palabras progresistas no fueron más que un panfleto mediocre y mentiroso.


Veamos ahora al reaccionario, a ese que espera con desesperación la llegada de un dictador que ponga orden con mano de hierro y nos devuelva a nuestra comarca aislada del mundo y del tiempo. Este cree que ha sido sacado por la fuerza del paraíso. Su mundo se hunde en el pasado y él está dispuesto a cualquier locura para rescatarlo. Todos los medios están justificados, porque se trata de restaurar los privilegios y el "orden natural" de las cosas. Cualquier cambio será entendido como un sacrilegio que debe ser extirpado de la faz de la tierra. De allí que, desde la extrema derecha, tache a todos de socialistas, aunque se trate en muchos casos de liberales de pensamiento progresista. En la novela de Flaubert, los reaccionarios están encabezados por Luis Bonaparte, pero en su mayoría son de pequeña y mediana burguesía, además de nobles venidos a menos. No es casualidad que muchos en la narración integren la Guardia Nacional que cometió la masacre contra los obreros en París. Marx señala en este hecho el clímax de la lucha de clases. Bakunin resalta el poco carácter revolucionario y popular de esa república. Y Flaubert lo presenta como una causa de que muchos socialista se pasaran al final al bando de Napoleón III y en contra de la burguesía liberal. Aquí, en Colombia, la derecha espera la menor oportunidad para dar un golpe de Estado, aprovechando las contradicciones entre sectores liberales y revolucionarios. Los derechistas se han convertido en panfletos de odio y sinrazón.


Pasemos ahora al Socialista, el personaje de Flaubert. Desde su postura conservadora, el novelista francés plantea una caricatura del revolucionario. Lo presenta como un panfleto parlante de dogmas. Lo muestra lleno de rencor y con profundas ansias de venganza. Como puede verse, la propaganda contra el socialismo es tan antigua como el mismo concepto. Sin embargo, no podemos perder la objetividad y hay que valorar en la novela que sí acierta en algunos casos. No todo el que dice ser socialista o de izquierda tiene un compromiso real con los principios que profesa. Otros, en cambio llevan estos principios al extremo de convertirlos en lastres que sólo dañan un proceso de transformación. En Colombia abundan esos casos. El Moir es el más representativo, una supuesta izquierda que siempre le termina haciendo el coro a la extrema derecha. En medio de sus normas de panfleto, prefieren combatir a muerte a la "izquierda hereje", y para eso no tienen reparos en juntarse con el fascismo. Flaubert lo muestra en esa escena en que el socialista apoya el golpe de Estado de Bonaparte, pensando que es el camino para vengarse por la masacre de obreros a manos del gobierno constitucional y burgués. Marx matiza este hecho y dirá que los obreros buscaban inconscientemente la dictadura del proletariado, pero se encontraron con la dictadura fascista, que acabó la república y restauró el imperio. Asimismo, en Colombia esa izquierda panfletaria, que intenta mostrar al presidente Petro como más de lo mismo, le está haciendo el trabajo sucio a la derecha. Si bien la llegada de Petro al poder no significa la victoria de la lucha final, sí es un gran avance hacia la emancipación popular, que puede sembrar las bases de un cambio más profundo. En vez de conseguir la revolución de octubre, algunos de esos panfletarios lo que siembran es la vuelta del fascismo. Le dicen al pueblo que no hay cambio. Entonces siembran la idea de que el cambio es volver al pasado. Venden la idea de que atacar a Petro por cualquier motivo sin importancia o chisme infundado traerá la verdadera revolución. En realidad sólo traerán el golpe de Estado fascista. Tal y como sugiere Marx, la revolución no se hace con burdas imitaciones aprendidas en un manual o panfleto preestablecido. Una revolución honesta se basa en la realidad de su tiempo, enfrenta el proceso según el momento histórico y toma del pasado aquello que puede ayudarle a crecer. En pocas palabras, es como un buen creador, un pintor o un escritor que aprende del pasado para crear el futuro.


Manuel Beltrán.


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