
TODO ES IGUAL
- Manuel Beltran
- 14 ene 2024
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 20 ene 2024
Los sectores contrarios al proceso de cambio suelen utilizar la fórmula de la repetición, especialmente de la mentira, para difundir sus ideas o patrañas. El leitmotiv, diluido como figura literaria, se convierte en un arma política; la derecha colombiana es experta en esta materia. Un ejemplo: hay una obsesión por equiparar al gobierno de cambio con los anteriores. Como si se tratara de una manía, la conclusión de los opositores al ejecutivo popular es que todo en la actualidad es igual al pasado. No importa que a renglón seguido caigan en una contradicción al señalar que alguna reforma les parece extrema, siempre repiten que este gobierno es igual a los anteriores. Al principio, se podría asumir que se trata de una estrategia para negar la realidad del cambio político que se ha dado. Sin embargo, la insistencia es tanta, que oculta una estrategia más profunda. Esta falsa equidistancia lo que busca es la normalización del fascismo, de las ideas más derechistas que alejen a la población de las ideas renovadoras. Ya no se trata de fascistas intentando camuflarse como progresistas o personas de centro. Los llamados tibios ya no quieren serlo; ahora lo que hacen es banalizar la discusión política; asumir como moderadas posturas claramente extremistas; equiparar a un gobierno que ha respetado la protesta social con el anterior, que machacó al pueblo en la calle; negar todos los avances económicos, después de recibir una herencia nefasta de Duque (como en la inflación, el desempleo y la moneda nacional). Si todo es lo mismo en política, el fascismo termina revestido de una validez espuria, pero real. A falta de una ideología clara, el ideario de la extrema derecha termina imponiéndose en una sociedad inerme, aunque cargada de rencor, temores y discursos de odio, que ahora resultan ser la "normalidad". Este resulta ser el nuevo credo del antiguo régimen. Esta es su renovación. Ya no buscará ocultar sus ademanes fascistoides, sino que intentará hacerlos atractivos y naturales ante los ojos del pueblo manipulado. Se trata de una fusión entre el extremista de derecha y el bien pensante de "centro"; la ideología tibio-uribista.
A propósito de este tema, en redes sociales circula una frase atribuida supuestamente al nobel José Saramago: "Los fascistas del futuro no van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oir; sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio y tan pocos van a percibir que la historia se está repitiendo". Aunque la frase en realidad no es de Saramago, asunto confirmado por el instituto dedicado a la obra y vida del pensador portugués, parece encajar perfectamente hoy en dia. La frase que sí realizó Saramago sobre estos temas también es precisa y contundente. La hizo acerca del político de extrema derecha italiano, Berlusconi, al que Saramago veía como un tipo que intentaba revivir el fascismo con otros ropajes más llamativos que los del pasado: "No tengo la menor duda de que Berlusconi quiere reimplantar el fascismo en Italia. No es un fascismo como el de los años treinta, hecho de gestos ridículos como levantar el brazo. Pero tiene otros gestos igualmente ridículos. No será un fascismo de camisas negras, sino de corbatas de Armani". Este fragmento pertenece a un libro titulado Cuaderno, el cual fue censurado en Italia por la editorial del ya difunto ex primer ministro. No obstante, esta descripción de Saramago sobre el nuevo fascismo y la frase que erróneamente se le atribuye y que circula en internet no se limitan al caso italiano. Parecen una premonición o advertencia de lo que pasaría en el mundo durante el siglo XXI. La normalización del fascismo se ha dado en todo el globo, se ha visto en Brasil, España, Argentina, Europa, etc. Por ejemplo, en el Brasil de Bolsonaro nadie alzaba la mano derecha mientras saludaba al líder, pero sí hacían un gesto ridículo con la mano como si estuvieran disparando. En Argentina pasó lo mismo con una motosierra. Incluso, esta nueva extrema derecha ha llegado a presentar a mujeres a la cabeza de estos movimientos, como es el caso de Francia o Italia. En EEUU, varios descendientes de migrantes, ya sean latinos o hindúes, repiten el mismo discurso xenófobo del trumpismo. O el mismo Biden, al que ya no le importa mostrarse como un hombre de paz (no le interesa disimular con un nobel como el que le dieron a Obama) y ha esparcido la guerra por todo el orbe. Los sionistas exterminan a un pueblo y se excusan en un supuesto derecho a la defensa. La crisis del modelo neoliberal y del sistema capitalista ha traído de vuelta los fantasmas de hace un siglo, aunque con toda la parafernalia posmoderna; es decir, una cultura light y banal, que deforma la realidad y presenta la opresión como libertad, la represión y el terrorismo de Estado como seguridad, el odio como moralidad.
Colombia no es ajena a estos movimientos y, de hecho, el proceso de cambio los ha acelerado, pues son una reacción del antiguo régimen para volver a la presidencia de la República. Antes de los estallidos sociales de 2019, 2020 y 2021, y de las elecciones de 2022, en Colombia imperaba un fascismo que llevaba décadas intentando camuflarse bajo formas democráticas. Esta contradicción llevo a una fractura del establecimiento, que no sabía si debía reformarse o persistir ciegamente en el modelo agotado. Al final, el pueblo tomó la decisión y eligió un cambio más profundo, que dejaba atrás 200 años de historia. Ahora, el oficialismo pasó a ser el discurso que estaba en el margen, aunque no es aún el establecimiento; el antiguo régimen aún posee los medios de producción, comunicación, poder judicial y político. Sin embargo, el país ha comenzado una nueva senda donde ese fascismo camuflado no tiene lugar. Esta es la explicación del fracaso de los llamados tibios. El país está en una encrucijada que no admite medias tintas: profundizar el cambio o volver al pasado. De allí que esos sectores que antes se reconocían como "el centro" hoy asuman discursos abiertamente derechistas e, incluso, de corte extremista. Convencidos de que la férrea oposición del establecimiento al gobierno popular inclinará la balanza a favor de la derecha, los tibios están dispuestos a ser los más fanáticos de la extrema derecha. Antes se les veía hacer mil piruetas para mostrarse como representantes del cambio; en la actualidad no tienen reparos (se les ve muy cómodos) en abrazar ideas que se atribuían a la derecha más rancia. En nuestro contexto, es como si los tibios estuviesen dispuestos a ser los sucesores del uribismo y a ese viejo uribismo le conviene porque le permite renovarse, aunque sea para peor. Este es el ambiente en que se crea la unión del antipetrismo de cara al 2026, que podría tener éxito si el pueblo se deja manipular como pasó en las elecciones de 2023.
En las ciudades se puede analizar este proceso, por ejemplo en Bogotá. Hasta las elecciones del año pasado, los sectores de centro siempre se habían presentado como políticos alternativos, de centro izquierda. Esta vez giraron sin ruborizarse a la extrema derecha, repitiendo muchas de las consignas de los sectores más reaccionarios. Pasaron de hablar en contra de la corrupción del establecimiento a enarbolar las banderas de la paranoia colectiva por la inseguridad; asumieron todo el discurso de la derecha más rancia en estos temas. Se unieron al coro en contra de los procesos de paz y la política de seguridad del gobierno nacional. Todo lo que habían criticado del uribismo lo retomaban como suyo. No les dio pena juntarse con la política tradicional en la campaña del alcalde actual ni en la gavilla que armaron en el Concejo para robarse la vicepresidencia de la mesa directiva para la oposición. Los medios poco dijeron al respecto. Aunque este caso fuera real, no emplearon los mismos calificativos que sí usaron en los montajes que armaron contra la primera dama o RTVC (solo les interesa el feminismo como arma de persecución política). Es un fascismo descarado, que pretende venderse como la "rebeldía" frente a la izquierda tachada de dictadura amable con el crimen. El bien pensante hoy se vende como el de la mano firme y el antiguo uribista se siente rejuvenecer porque su discurso de odio y guerra es validado por "intelectuales" y la inmensa mayoría de medios de comunicación. La estrategia del pueblo no puede ser otra que la de la verdad y profundizar el proceso de cambio. Para eso hay que llamar las cosas por su nombre y esta deriva derechista debe ser repudiada por la miseria humana que entraña. Hay que romper los artilugios de la manipulación, es decir, desbaratar cada montaje, cada truco, cada chisme, que promueva ese retorno al pasado. Por ejemplo: basta de reproducir los chismes de la oposición; basta de las poses por parecer políticamente correcto y validar las patrañas de la extrema derecha. Basta de caer en el juego de terror de los que venden miedo con la inseguridad para validar represión contra el pueblo. El gobierno ha bajado los índices de homicidios y asesinatos de líderes sociales, pero nadie lo difunde. Todos andan alienados por la histeria colectiva que los llevará a pedir el retorno de sus opresores. No todo depende del gobierno.
Manuel Beltrán
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