
DOBLE MORAL
- Manuel Beltran
- 25 dic 2023
- 6 Min. de lectura
¿Cómo se explica que la derecha colombiana aplauda y festeje la reelección de Bukele en El Salvador, mientras se escandaliza por aquellas voces que plantean el mismo proceso para Gustavo Petro? ¿De qué manera se explica que esta derecha celebre las medidas dictatoriales de Milei en Argentina, que se ha saltado al congreso y al poder judicial, al mismo tiempo que en Colombia le exige al presidente cumplir a raja tabla con la "institucionalidad"? Sin lugar a dudas, nos referimos a la doble moral de una élite que se cree escogida por el destino para oprimir a este pueblo por los siglos de los siglos. Todo lo que convenga a sus intereses y a reproducir su dominación será encumbrado como el modelo a seguir. En cambio, lo que vaya en contra de sus ambiciones infinitas será desprestigiado, difamado o, por lo menos, distorsionado; no importa las contradicciones o los absurdos que se cometan. En la presente columna analizaremos cómo se expresa esa doble moral en dos temas, que son los que se han planteado como comparación entre los gobiernos de derecha de Argentina y El Salvador frente al gobierno de izquierda de Colombia: libertad y seguridad. Veremos que la derecha construye un mundo de ficción, una metafísica, capaz de oprimir a los seres humanos hasta en sus necesidades y actividades más básicas y reales. Esta doble moral es la que sostiene "espiritualmente" un sistema en el que se justifica y se llega a usufructuar a costa de la miseria de los otros hijos de la humanidad.
Cristopher Caudwell, escritor inglés que murió como voluntario en las brigadas internacionales que combatieron del lado antifascista en la Guerra Civil Española, explica de manera muy simple cómo la burguesía usa el concepto de libertad para oprimir al pueblo trabajador. En su ensayo sobre la libertad, publicado de manera póstuma, demuestra que la burguesía suele hablar de libertad como si fuera una realidad concreta y no un concepto amplio y definido de innumerables formas. Esto le sirve para imponer un ideal sobre la sociedad que esconde el trasfondo real de las dinámicas de las relaciones sociales; es decir, en vez de explicar la realidad por medio de las condiciones económicas y objetivas de cada segmento o clase, crea una metafísica que compacta a toda la sociedad, aunque unos sean libres, otros esclavos y otros, desamparados, abandonados. Coudwell se pregunta ¿quién es más libre: el burgués, el empleado o el desempleado? Llega a la conclusión que esto no se puede explicar sino por términos objetivos; son las relaciones económicas las que dan origen a los ideales de los hombres y no al contrario. Entonces, el único que tiene autodeterminación es el burgués, él es el que cumple su proyecto e ideal. Los otros dos son esclavos de la falta de tiempo o de la falta de ingresos. La libertad del burgués se basa en perdida de libertad para el pueblo. Ese es el verdadero concepto de libertad que defiende la derecha política y cultural.
Por ello, la derecha colombiana aplaude que en Argentina Milei actúe como un dictador, recorte todos los derechos laborales de un golpe, mientras da toda suerte de privilegios a la casta que juró combatir, en nombre de esa ficción llamada "libertad de mercado". En cambio, esa derecha aborrece al gobierno popular de Colombia que busca la libertad del pueblo. Al entregar tierras a los campesinos, al buscar llevar la salud a las regiones marginadas o al buscar una educación realmente equitativa para toda la población, se obtiene un pueblo más libre, con mayor dominio de su propio destino. Pero esto, inevitablemente, es visto por parte de las élites de siempre como una pérdida de su libertad de dominación. Se ha quebrado la metafísica que sostenía la opresión de siempre y ahora la realidad se interpreta desde una visión objetiva, realista, en busca de aquello que realmente conviene al pueblo: el cambio real, otra sociedad.
En este punto es imposible no retomar las reflexiones del pensador francés, Roland Barthes. A ese mundo donde impera la libertad del pueblo trabajador se le ha llamado (erróneamente desde mi punto de vista) como dictadura del proletariado. Barthes, en su texto Mitologías, nos recuerda la dificultad que tiene la izquierda para elaborar mitos que cobijen a toda la humanidad y se impongan en el transcurrir cotidiano de los días. La dictadura del proletariado no es algo que toque el alma de los seres humanos, aunque se base en la realidad que un sistema es la dominación de una clase sobre la otra. Sin embargo, quizá lo que podemos añadir desde Cristopher Caudwell a estas reflexiones de Roland Barthes es que no existe ni ha existido, por lo menos en Occidente y sus colonias, ese régimen donde impera la libertad del trabajador, así que es imposible construir mitos de la nada. No se puede olvidar que son las circunstancias objetivas, las relaciones económicas de la sociedad, las que crean esos relatos que cobijan a toda una sociedad. El mismo Barthes lo sugiere cuando señala que el hombre de izquierda es un ser dado al cambio de la realidad, a la transformación, no a la ficción ni al mito.
No obstante, en Colombia esa debilidad para gestar mitos no se limita al aspecto económico; al nunca haber ejercido el poder, la izquierda tampoco tiene muy claro cómo manejar ciertos discursos propios del Estado, por ejemplo, la seguridad. Lo que se impone es el mito de que la derecha sí garantiza la seguridad y el ejercicio de la autoridad. Para ello, el ejemplo de El Salvador, y su teatro con las cárceles y los presos rapados y descalzos, ha sido bastante efectivo para golpear al gobierno popular. Lo interesante es que se hace desde una ficción repetida mil veces para tomarse por realidad. No es cierto que en El Salvador no haya homicidios, pero la propaganda de la derecha regional se ha encargado de publicarlo a diestra y siniestra. Lo que hay detrás es un campaña de violación de DDHH, un Estado de sitio y muchos falsos positivos judiciales. Entonces, no es de extrañar que la derecha uribista aplauda la reelección de Bukele, fiel pupilo de Álvaro Uribe. Eso sí, que a Petro ni se le vaya a ocurrir pensar en un segundo mandato. Esa política criminal en El Salvador se ha vendido como la razón y el deber ser de las cosas. Lo más importante para ese relato es que la derecha sí brinda seguridad y un gobierno de izquierda es blando con la delincuencia. La izquierda, más preocupada por alcanzar la paz y cambiar así definitivamente la realidad, no es capaz de transmitir sus logros con eficacia en materia de seguridad urbana. A esto se suma que la matazón contra líderes sociales en las regiones no ha cesado. Todo esto es terreno fértil para que la derecha, que machacó al pueblo durante los años de los estallidos sociales, se presente como la protectora de la tranquilidad de todos los ciudadanos. No nos cansaremos en repetir que se debe replicar la buena gestión con las interdicciones de cargamentos de droga y su aficaz comunicación en temas de seguridad urbana.
Ahora bien, para que exista un opresor debe haber un oprimido que acepte tal subordinación. En el caso colombiano esto no deja de ser una verdad inevitable. Si el país aún es presa de esta doble moralidad de la oligarquía, es porque las fuerzas que dicen representar el cambio están atadas a esa misma lógica y forma de comprender el mundo. Por supuesto, si nos atenemos a lo que hemos expresado en esta columna, hasta que no se cambien las condiciones materiales y las relaciones económicas que rigen nuestra sociedad, no habrá una nueva mentalidad, otros ideales. Entonces, el camino debe ser el de seguir avanzando sobre los cambios que eligió el pueblo, es decir, la conquista de mayor libertad para cada uno de los ciudadanos de nuestro país, que es lo mismo que reducir la libertad de opresión de lo más poderosos. También se debe corregir y mejorar los aspectos en los que se está fallando o cediendo terreno. Un verdadero gobierno de transformación es el que encuentra en cada adversidad una prioridad para cambiar la realidad y, por tanto, los ideales de la sociedad que dirige. Así que hay que perder el miedo a las medidas que sean necesarias para transformar nuestro devenir. Si la libertad de los opresores es ejercida sin vacilaciones, la libertad del pueblo debe practicarse con mayor ahínco.
Manuel Beltrán.
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