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OJO CON EL 23

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 15 oct 2022
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 16 oct 2022


En el colmo del fanatismo neoliberal, se lanzó la teoría del fin de la historia de Fukuyama. En esta se planteó que el hombre había alcanzado el modelo perfecto de sociedad y que no debía hacer otra cosa que entregarse a la inmovilidad absoluta. Es decir, no debía hacer otra cosa que someterse a la voluntad de los intereses de las grandes corporaciones. Esta idea descabellada planteó que el ser humano ya no tenía futuro, todo estaba determinado y, por tanto, la voluntad sobraba. Además, se presentó la historia como una suerte de sino fatal e inmodificable. En pocas palabras, era una vuelta al imaginario premoderno, ligado a un mundo mágico. La visión de la vida no era racional, sino fantástica y poco realista. No existía futuro. En vez de eso, se presentaba un eterno presente, en el que nadie podía escapar al papel que le fue asignado por la deidad del mercado. Era una vuelta a la antigüedad, donde los dueños de las multinacionales parecían viejos señores feudales y el mundo, inmodificable, solo se podía padecer, como un destino trágico otorgado por los dioses.


Esta concepción del mundo germinó y progresó con facilidad en un país como Colombia, donde la misma oligarquía había gobernado por dos siglos consecutivos. La nación parecía destinada a un Déjà vu infinito, en el que las cosas jamás cambiaban. Entonces, muchos cedieron ante este modelo, en especial porque los procesos de cambio del siglo XX habían fracasado alrededor del mundo, según el discurso oficial. Sin embargo, la implementación de esta visión de la vida y del ser llevaron la desigualdad y la miseria a tales extremos, que el pueblo comenzó a imaginar, a cuestionar, a dudar, a soñar con un mañana distinto y a luchar por él. En todo el mundo, este modelo también empezó a entrar en crisis. La prometida perfección nunca llegó, ni en Colombia ni en el resto del planeta. Al contrario, sólo se observó más barbarie. Los colombianos comprendieron que tenían que luchar por el mañana y así lo hicieron. Colombia al fin cambió de gobierno. Ya no se habla de inmovilidad, sino de progresar.


Ahora, si en verdad se quiere dejar atrás un delirio como el fin de la historia, hay que dejar de pensar de manera utópica. El hecho de que el pueblo haya ganado una elección, no quiere decir que hemos llegado a la tierra prometida. Hay que pensar de manera histórica, no mágica. Queda todo por hacer; la historia no ha terminado, apenas está empezando. De hecho, ya estamos en plena campaña para las elecciones regionales de 2023, en las que se elegirán gobernadores, alcaldes y concejos municipales de todo el país. Es otra batalla que se da por el futuro de Colombia. El resultado de estas serán determinantes para el proceso de cambio que ha empezado. De ganar el gobierno popular, se consolida y se fortalece, pues habrá renovado y aumentado el apoyo de los ciudadanos. En cambio, si gana la oposición, es un revés para el ejecutivo nacional y un frenazo para la transformación del país. De ahí que la campaña haya empezado un año antes de los comicios. La apuesta es alta.


La importancia de las próximas elecciones tiene que ver con varios aspectos. El primero de ellos consiste en el control territorial. Para el gobierno es vital ganar en la mayoría de regiones para afianzar su gobernabilidad y generar las transformaciones necesarias. Para la oposición es importante porque así puede impedir la concreción de los cambios en el territorio, además de buscar nichos para fortalecerse. Por otro lado, la importancia también reside en el golpe de opinión. Unas nuevas elecciones borran a las anteriores en el imaginario público. Si gana el gobierno, se habrá refrendado. Si lo hace la oposición, baja la fuerza del oficialismo. Un último ejemplo es el manejo de los presupuestos. Hay mucho dinero en juego y será usado para implementar el cambio o para impedirlo, según el resultado que se exprese en las urnas el próximo año. Estos sólo son algunos ejemplos. Hay muchos más asuntos en disputa.


En cuanto a la oposición, su estrategia para las elecciones de 2023 va en dos líneas paralelas. Por un lado, intentará mostrarse mucho más moderada de lo que realmente es. Esto quiere decir que intentará otra vez disfrazarse de centro, ante el desprestigio de la extrema derecha. Es muy posible -y ya se está viendo- que lancen a candidatos de derecha dura para meter miedo y a otros más tibios, para venderse como la cura a los extremos. Por otro lado, la estrategia de la oposición consiste en lo que ya han denominado la "tormenta perfecta del 2023", que no es otra cosa que culpar al presidente Petro por los desmanes en la economía que dejó el desgobierno de Duque y por la crisis global a causa de la guerra. El plan es responsabilizar a Petro por todo lo habido y por haber y venderse en los comicios como la solución. La tienen difícil. Están haciendo una oposición bastante mediocre y el pueblo ya no les cree. Sin embargo, no se puede subestimar esta estrategia, pues los retos que vienen para el país el año entrante son enormes.


Por el lado del gobierno, el asunto es más complejo, ya que no se trata sólo del Pacto Histórico. También entra en discusión la relación de este con los otros partidos que se han declarado parte del ejecutivo nacional. En este contexto, están surgiendo dos visiones enfrentadas. Por un lado, están los que hablan de un frente amplio y otros que planteamos que el Pacto Histórico debe mantenerse independiente y fortalecerse. Para evitar que esta situación genere división es necesario ser pragmáticos. Es necesario ceñirse a la realidad de cada municipio y departamento. Allá, donde el candidato del Pacto Histórico sea tan fuerte como para ganar de manera sólida, se le debe respaldar sin miramientos. Donde no se tenga esa fortaleza, será necesario hacer alianzas que no comprometan la naturaleza de cambio ni la identidad popular del Pacto Histórico; que son los riesgos que se corren al ampliar más de la cuenta la coalición.


Para concluir, debemos indicar que no hemos señalado ninguna diferencia entre la extrema derecha y lo que se denomina popularmente como tibios. La razón es clara: son parte de la misma estrategia. A medida que transcurre el primer gobierno de izquierda, queda claro que las diferencias entre los sectores de las derechas son más fingidas, que reales. Sin embargo, no constituirán una sola fuerza frente al gobierno. Les podrá más la hipocresía y llegarán divididos. Los seguirá traicionando su pensamiento mágico del fin de la historia y continuarán ofreciendo lo mismo una y otra vez. Mientras tanto, las fuerzas del cambio deben acelerar la marcha. Debemos ser sujetos históricos, realistas y científicos para avanzar y evitar los retrocesos hacia la barbarie. El cambio de Colombia pasa por superar las taras posmodernas. La historia avanza o retrocede. Mientras exista el ser humano, no llegará a su final.


Manuel Beltrán.


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