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NO MÁS TIBIEZA

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 15 dic 2024
  • 5 Min. de lectura

El archivo de la ley de financiamiento constituye un antes y un después para el actual gobierno, porque lo enfrenta a sí mismo; a sus propios errores, especialmente, a su propia tibieza. Más que una victoria de la oposición, es un fracaso para el gobierno popular y lo que este concepto significa. ¿Cómo se puede hablar de gobierno popular si está infiltrado por la oligarquía a todos los niveles, al punto de crear desde dentro montajes de corrupción que han acabado, por ejemplo, con la salida del ministro de hacienda? La principal causa de la salida de Bonilla no fue la brillante actuación de los opositores, sino la torpeza del gobierno al seguir gobernando con funcionarios de administraciones anteriores en puestos claves. Falta autocrítica y sobra autocomplacencia por algunos que pensaron que bastaba con ganar una elección. El santismo, el brazo político de la oligarquía de siempre, se ha adueñado de ministerios y otros altos cargos del Estado; tanto así, que hace un par de días se reunirán, genuflexos, el registrador, el procurador y el mismo ministro de interior con el falso nobel de paz, jefe de esa facción, para seguir adelante con la campaña presidencial de los tibios a costa del primer gobierno de izquierda. Quieren repetir la dosis de 2019, cuando pusieron a la izquierda a votar por una fascista como Claudia López. Hoy muchos dentro del Pacto Histórico juegan a lo mismo, como si la masacre del 9S nunca hubiese existido o la represión en el Paro Nacional o la corrupción en la pandemia.


Pero el asunto no se limita a la ley de financiamiento, que de por sí ya es un golpe bastante grave contra el pueblo. Esta semana se vio plenamente el regreso de esa campaña que instrumentaliza las ideas feministas y las reivindicaciones históricas de las mujeres colombianas para impulsar el modelo neoliberal de toda la vida. El caso del embajador en Tailandia que declinó, debido a unos fragmentos de una novela de su autoría, que fueron presentados por la oposición como opiniones personales y no como ficción, es ejemplar. Cualquiera diría que se trató de una retaliación por ser el autor de la serie Matarife, pero las cosas van más allá de Uribe y demuestra la estrategia del santismo. Al unísono salieron los infiltrados en el gobierno a condenar ese nombramiento; que era una afrenta contra las mujeres, etc. Como ya lo dijimos, esto no tiene otro propósito que reeditar la elección de Bogotá de 2019 a nivel nacional. Pero aquí nuevamente el que falla es el gobierno, al no salir de esos santistas y permitirles que sigan con su campaña para 2026 a costa del gobierno que llamamos popular. Si el gobierno no actúa, la estrategia continuará, con más funcionarios y ministros candidatos que saldrán a mostrarse falsamente decepcionados del gobierno de cambio con cada escándalo que ellos mismos provocan. Así van desmoronando el poco poder que el pueblo ha alcanzado para que el retorno de la oligarquía no falle en el 26.


El proceso de cambio en Colombia ha vuelto a comprobar que la moderación es la forma más elaborada y más efectiva de la acción contrarrevolucionaria. La moderación tiene la gran ventaja de actuar desde dentro, como un parásito que invade y paraliza poco a poco el cuerpo, hasta contener por completo los anhelos de renovación. En este punto, cobra sentido la idea que el gobierno de cambio es su mayor opositor, porque lleva en sí mismo la contención a su desarrollo. Fruto de haber cedido en cuestiones fundamentales (como la Constituyente) para ganar las elecciones y de haber pactado con sectores tradicionales para tener gobernabilidad en sus primeros años, el gobierno mismo se maniató. Por ejemplo, la reforma agraria avanza de manera lenta, porque el mismo gobierno renunció a un mecanismo perfectamente constitucional como la expropiación. Muchas de las reformas se han hundido porque en la conciliación con otras fuerzas del legislativo se introducen toda suerte de "micos". Los ministros moderados se dedican a sabotear las iniciativas del presidente; muchos funcionarios de rango medio, burócratas del antiguo régimen, son consultados por los medios para prometer que se harán cambios moderados y que todo se mantendrá más o menos igual. En el relato oficial de la élite, la moderación es un valor incalculable, innefable e incuestionable, casi lo non plus ultra. Pero para el pueblo, la moderación es tibieza, traición, un acto deleznable; tal y como lo señalan las escrituras, algo que debe ser expulsado, escupido, rejurgitado.


Pero el moderado no se queda allí. Su careta de buenos modales y falso moralismo no tarda en caer para dar paso a un reaccionario radical, especialmente si el proceso avanza, pese a la contención. Ese es el caso de Colombia y la explicación al hecho que, hoy en día, los más fervientes opositores al cambio son los que ayer decían apoyar un "cambio moderado". Van de la mano de la extrema derecha, mientras intentan sabotear toda iniciativa renovadora; la única diferencia es que los moderados de antaño son ahora los más entusiastas defensores del pasado. De hecho, quieren algunos cambios, pero con el único objetivo que el antiguo régimen se haga más fuerte e inexpugnable. En el trascurso de su deriva derechista, el moderado se colma de rencores debido a la lucha con las fuerzas populares y no es raro que esté dispuesto a cualquier cosa con tal de derribar el proceso, como el mayor de los retardatarios.


No es un caso único el de Colombia. El Ché Guevara lo describió muy bien respecto al caso cubano, en su discurso del primer Congreso Latinoamericano de las Juventudes, en 1960. Allí, describe cómo los que hablan de moderación siempre son los que pretenden sembrar temores frente a la ruptura histórica, para luego traicionarla. Pone el ejemplo del propio gobierno revolucionario del que hace parte. Cuenta que aquel gobierno revolucionario estuvo en un principio lleno de moderados que intentaban detener los cambios desde adentro y, cuando ya no pudieron hacerlo más, se pasaron abiertamente al bando de la contrarrevolución. Tal fue el caso del primer ministro que tuvo Cuba tras la revolución, José Miró Cardona. Según el Ché, siempre proponía moderar las acciones revolucionarias del gobierno. Cuando fracasó en sus propósitos y fue apartado del cargo, decidió exiliarse en EEUU. Se puso a las órdenes de los gringos, que le prometieron convertirlo en presidente de Cuba si la invasión a Bahía de Cochinos triunfaba en 1961. Solo bastó un año desde aquel discurso para que la historia le diera la razón a Guevara, el primer ministro José Miró Cardona pasó de moderado a ser un un invasor contra su propio pueblo.


El gobierno debe dejar las tibiezas de lado. En esta segunda parte del mandato, es necesario que haya una reevaluación y una corrección del rumbo en algunos aspectos vitales. El primero y más necesario es depurar al gobierno popular, si es que en verdad se quiere representar dicha categoría. Los infiltrados en el gobierno deben salir de una vez por todas, sobre todo los de más alto rango. En cuanto al bloqueo presupuestal que la derecha ha impuesto para sabotear la recta final del actual ejecutivo, este debe responder con firmeza. Si no es con una emergencia económica, por lo menos, deben tomarse medidas similares y que solo afecten los negocios privados de la oligarquía a costa del Estado, por ejemplo, los monopolios como Transmilenios que no dudan en pedir miles de millones de recurso públicos. Por supuesto, este cambio dentro del cambio no debe limitarse al escenario nacional. Con los últimos acontecimientos en el panorama internacional, el gobierno Petro debe reformular ciertos aspectos. Un hecho debe preocupar particularmente a Colombia: que los EEUU busquen colocar a Duque al frente de la OEA. Es un insulto para Colombia y una amenaza para la paz regional. La respuesta del gobierno colombiano debe ser contundente; Venezuela no será la única agredida.


Manuel Beltrán.

 
 
 

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