
LA REVUELTA DE SÍSIFO
- Manuel Beltran
- 11 mar 2023
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 1 jul 2023
Nunca he estado de acuerdo con aquellos que pretenden mostrar a Albert Camus como un conservador, mediante un proceso amañado de contraposición frente a Sartre, que se basa más en una pelea personal que en aspectos de fondo. Camus también era un revolucionario; para mí, la diferencia entre los dos es que el autor de El Mito de Sísifo lo es desde su perspectiva menos idealista, a través del absurdo. El verdadero revolucionario es el que sin importar lo absurda que parezca su empresa, sigue adelante, "minado" o alentado por el solo hecho de vivir. En un mundo sumergido en la sin razón y la incertidumbre de la posmodernidad, luego de dos guerras mundiales y una Guerra Fría, Camus plantea una apuesta por la vida, una opción al suicidio. Esto lo podemos ilustrar mediante el análisis del ensayo anteriormente mencionado (El Mito de Sísifo), a la luz de la reforma laboral que ha planteado el gobierno popular en Colombia.
Para Camus, Sísifo, castigado por los dioses por atreverse a desafiarlos, es el héroe que mejor representa la idea del absurdo. El castigo de este personaje mitológico consiste en subir una piedra enorme por una montaña, para luego dejarla caer al precipicio y volver a repetir toda la labor. Parece un castigo que condena a una tarea absurda que se extiende por toda la eternidad, como si el condenado no tuviera ninguna escapatoria. Sin embargo, Camus advierte que esto no es así. Mientras Sísifo baja la montaña, sin la piedra, es un hombre libre. Aunque ha quedado ciego, puede imaginar el paisaje. En este momento vuelve a ser dueño de sí y no una marioneta de los dioses. No hay castigo eterno; por más desesperanza que se extienda, el ser humano, como Sísifo, hallará la manera de tirar para adelante. Obviamente, esta perspectiva de la vida se puede adaptar muy fácil a las cuestiones del trabajo, especialmente al tema central de la jornada laboral y su valor. Camus aplica estas ideas en varias de sus obras, como en su novela El Extranjero y en un cuento como Los Mudos (que trata sobre una huelga de trabajadores). La vida laboral frente a la vida personal se expresa como un problema del tiempo y su precio.
No estamos diciendo nada nuevo al respecto. Es la propia economía la que se expresa. Desde tiempos de Ricardo y Marx, uno de los debates más importantes en materia económica y laboral es el tiempo que trabajan los asalariados y el valor que cobran por su fuerza laboral. En este momento postneoliberal, tiene un sentido transversal, pues en Colombia se traduce en conquistar unos derechos y recuperar otros perdidos. Por ejemplo, lo primero que hace la reforma laboral es recuperar la concepción de noche y día. Es un simple acto de justicia para que los colombianos puedan cobrar lo que corresponde según su carga de trabajo. Recuperar las horas extras y los recargos nocturnos significa recuperar el tiempo robado por la Ley 100 y otras leyes que, obviamente, se traduce en dinero. Es decir, la reforma laboral busca beneficiar al trabajador en dos aspectos: tiempo y dinero, lo cual se traduce en mayor capacidad para emprender sus propios proyectos. Como Sísifo, ya no ser solo instrumento de los dioses, sino tener el tiempo y los recursos para su propia existencia.
Durante el feudalismo, el siervo tenía que trabajar un día en los terrenos del señor terrateniente como contraprestación por el terreno y las herramientas asignadas. En el capitalismo, se privó de los medios de producción a los trabajadores y se les dejó libres para que tuvieran que vender su fuerza laboral a cambio de un salario. En principio las jornadas eran asfixiantes; hombres, mujeres y niños trabajaban 18 horas al día a cambio de un salario miserable. Son incontables las luchas y mártires de la clase obrera para conquistar la jornada de 8 horas, el reconocimiento de las vacaciones pagadas, las horas extras y recargos nocturnos. El primer país en adoptar todas estas políticas fue la URSS y solo hasta su caída, a finales del siglo XX, es que estos derechos empiezan a eliminarse de todo el mundo. Colombia también padeció los estragos del neoliberalismo, que arrasó con las conquistas y derechos del pueblo trabajador a punta de pupitrazo en el congreso de la República. Todo se hizo con el cuento de crear más empleo y producir más ganancias. Lo que consiguieron fue precarizar la vida del trabajador y aumentar la desigualdad. Destruyeron el mercado interno, con un pueblo sin capacidad de pago, solo endeudamiento, y al final bajaron la productividad, con lo que el desempleo aumentó. El neoliberalismo es un círculo vicioso, que destruye países.
Sin embargo, a los neoliberales no les bastó con arrasar los derechos mínimos de los trabajadores. También impusieron otro tipo de medidas que perjudican al trabajador, como los contratos por prestación de servicios o el trabajo por horas. Todo esto lo predicaban manipulando los conceptos de la libertad y del tiempo. Vendían que estos modelos de contratación le daban más libertad y tiempo a los empleados, pero nunca hablaban de todas las prestaciones y derechos que se perdían a cambio. En realidad, sucedió todo lo contrario. Las personas debieron ocupar más tiempo y energía vital en otros trabajos complementarios para tratar de compensar lo arrebatado. El colmo de esto llegó con las aplicaciones de servicios de transporte o domicilio. Al trabajador ya no se le llama así, sino simple colaborador, con el que el patrón no tiene ninguna obligación. En este juego macabro del capitalismo, en el que se da una supuesta libertad para subyugar aún más, los trabajadores son los que deben poner los medios de producción y no reciben más que un pago a destajo, sin ninguna prestación laboral, donde la única forma de tener ingresos serios es trabajando jornadas de 12 horas en adelante. Estos modelos perversos de explotación contemporánea, en los que se ha complejizado y hasta deformado la discusión del tiempo y su valor, también deben ser regulados por el gobierno a través de la reforma, para que se contrate y pague de forma apenas justa.
Esta vez los sindicatos han anunciado movilizaciones en respaldo a la reforma del gobierno, algo que nunca se había visto en el país, pero que es completamente lógico. La reforma laboral presentada en el legislativo recoge la lucha de décadas del pueblo trabajador. Mientras tanto, los grandes empresarios fingen indiferencia. En el fondo saben que apenas se está haciendo lo justo. No van a perder el control sobre los medios de producción ni van a dejar de acumular la plusvalía que genera cada trabajador, al que seguirán pagándole el mínimo por su labor. No es la revolución socialista ni comunista que pinta la derecha. Solo en un país lastrado por décadas de neoliberalismo se podría pensar que estos mínimos son la concreción del comunismo. En el fondo, a los grandes capitalistas también les conviene la reforma. Necesitan un mercado interno más fuerte y un consumidor con mayores recursos. Los más ricos de Colombia han bajado en el escalafón de los más acaudalados a nivel mundial, porque la desigualdad no permite el crecimiento deseado. Si la base trabajadora mejora en sus condiciones, lo poderosos tendrán más ganancias. Sin embargo, el modelo perverso de explotación tiende a reproducirse; el egoísmo es miope. Por eso el Estado debe desempeñar su función reguladora. Además, los grandes capitalistas temen a un pueblo trabajador con mayores alternativas y recursos. Podría acabar siendo como un Sísifo que se rebela contra el castigo de los dioses y deja de subir la piedra por la montaña.
Manuel Beltrán.
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