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HISTERIA COLECTIVA

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 19 nov 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 20 nov 2023

El establecimiento en Colombia no tiene nada nuevo para ofrecerle al país; por eso, su única propuesta como oposición es la mentira. Crean a diario un mundo de ficción, a partir de la manipulación mediática, para convencer al pueblo de que el mejor cambio sería no cambiar nada y que lo mejor es volver a ese pasado falazmente idealizado por este tipo de propaganda. En especial, impulsan un proceso de sugestión de masas para poner a la población en contra del gobierno de cambio y que ese mismo pueblo engañado los retorne al poder, que vuelva a abrazar las cadenas de siempre. Este permanente goteo sobre las cabezas de los ciudadanos es bastante efectivo, por supuesto. Este método, en el que los medios mienten día y noche, propaga una histeria colectiva, que está claramente fijada hacia un objetivo: el derrocamiento del gobierno popular o el fin del proceso en el 2026. El concepto de histeria colectiva viene muy bien al caso porque este es un proceso en el que las personas se sugestionan de tal forma, que llegan a creer que se encuentran realmente enfermas. Lo más curioso de este padecimiento es que se presenta de forma comunitaria, en el que los afectados presentan los mismos síntomas y delirios. Así sucede con nuestra sociedad. Los medios a diario bombardean con noticias sobre delincuencia, con una claro fin político y hasta electoral. Pueden ser tan solo dos noticias sobre hurtos (y que los casos en realidad estén bajando a nivel nacional) pero los medios tienen el poder de crear el imaginario de una crisis de inseguridad, si taladran sobre el mismo asunto una y otra vez; la población repetirá que está bajo ataque. Esto se puede analizar, desde la sociología, a partir del Teorema de Thomas. El sociólogo estadounidense William Thomas planteó -palabras más, palabras menos- que las creencias del ser humano y de la sociedad, aunque estén equivocadas y apoyadas en falacias, tienen consecuencias reales. Es decir, esta histeria colectiva que propagan los medios tiene la intención de que el pueblo se engañe y vuelva a someterse mansamente. Ejemplo: si el país se cree que "todo un estadio" abucheó al presidente, en 2026 llegará otro gobierno de derecha o puede llegar a ocasionar un golpe de Estado avalado por el silencio de la mayoría embaucada.


Es evidente que Colombia tiene serios problemas de seguridad, como cualquier otro país del planeta. Lo que también es evidente es la instrumentalización de este tema con fines políticos y electorales, impulsada desde la derecha y sus medios de comunicación. Además, han tenido a su favor la poca capacidad del gobierno para comunicar logros en esta materia. Si el gobierno popular aplicara la misma estrategia comunicacional de las interdicciones de cargamentos de cocaína, tendría esta batalla ganada en el tema de seguridad ciudadana. Pero, lastimosamente, no ha sido capaz de articular una estrategia mediática al respecto. En cambio los medios, las 24 horas, aterrorizan a los ciudadanos con algún desdichado caso y un sin fin de estadísticas interpretadas al acomodo de la oposición. El resultado ya se dejó ver en las elecciones de octubre, en las que muchos fueron engañados por la paranoia social que fomentan los sectores reaccionarios. Esto alimenta la narrativa represiva y de corte paramilitar de la derecha, además, rompe con la solidaridad entre los ciudadanos del común, que se miran unos a otros como posibles enemigos y no como seguros aliados. No solo es el tema de la inseguridad, es que se va gestando una cultura de corte fascistoide. Es más, se permite que los sectores más corruptos, envueltos en un interminable listado de escándalos y desfalcos, posen como adalides de la moral y la legalidad. Insistimos en lo dicho en la columna anterior, la derecha hizo campaña diciendo que iba a detener la delincuencia y lo primero que hizo fue robarse las elecciones. El problema de fondo es que las personas crean y actúen determinadas por la sugestión y la histeria colectiva, vertidas por televisión, radio e internet, para elegir a sus propios verdugos.


En este punto, podemos hablar también de la necesidad de mantener un enemigo interno para amedrentar a la población. Después del acuerdo de paz con las Farc, el peso de la insurgencia en la opinión pública bajó considerablemente, por cual, ya no tiene la misma efectividad a la hora de usarse para asustar con fines políticos. Al parecer, el establecimiento quisiera reemplazar la figura del guerrillero como amenaza interna con la de un delincuente callejero. Es, incluso, más efectivo, pues este último puede aparecer y rondar cualquier esquina. El producto es muy parecido a la paranoia que se creaba hace un tiempo con la guerrilla, es decir, una situación de indefensión generalizada en la cual se logra que la población pida mano dura, aunque esta se vuelva contra los mismos ciudadanos. Todos recelan del vecino; los unos a otros se observan como seguros atacantes, dispuestos a llevarse lo poco que cada quien tiene. Personas exprimidas por el sistema inhumano no se organizan contra este, sino que se acusan los unos a otros por su desgracia. La violencia se hace cultura; se linchan a otros; se avala el camino de las ejecuciones extrajudiciales; se acaba el Estado de derecho. Esto permite a la extrema derecha avanzar y es lo que buscan los sectores contrarios al cambio. Esa misma barbarie, que no acaba la delincuencia, pero sí acaba la humanidad y la legalidad, se hace del control del Estado. Cualquier ciudadano puede ser señalado de constituirse en un delincuente. Han sucedido casos donde linchan a personas por estar corriendo y a las cuales confunden con ladrones. Todo esto nos recuerda la peor época de la guerra, donde el pueblo se encontraba subyugado por el terror, cuando se presentaba a civiles asesinados como bajas en combate. Y es que para linchar a una persona o ejercer una política estatal de ejecuciones extrajudiciales hay que padecer una enfermedad colectiva muy grave; ambas maldiciones pertenecen a ese pasado que defienden los enemigos del cambio en Colombia.


Esa barbarie, que se expresa en violencia en la calle, no se va a quedar allí. Buscarán trasladarla al campo político. Esa barbarie tampoco va a quedarse de brazos cruzados mientras aguarda por el 2026; si puede tumbar antes al gobierno, lo intentará. De allí viene la violencia que se ensañó con la hija del presidente, una menor de tan solo 15 años, en el estadio de Barranquilla. El que crea que los hechos sucedidos durante el partido de fútbol de la selección fueron espontáneos está completamente alejado de la realidad; la mejor prueba es que, mientras a la hija del presidente la acosaban e insultaban, a varios políticos de extrema derecha los aplaudieron. Tampoco es cierto que haya sido todo el estadio el que gritó consignas contra el presidente; en las grabaciones es evidente que lo que más suena son las voces de las personas que filman, al tiempo que se oyen al fondo los cánticos tradicionales de la selección. Por supuesto, esta es la narrativa de los medios que quieren convencer a la población de que todo el país está en contra del mandatario porque unos cuantos rechiflaron a su hija. El estadio es un mecanismo para presentar como masivo un acto que en realidad no lo es; ya que la derecha no es capaz de llenar una esquina contra el presidente, usan el telón de fondo del estadio para fingir un respaldo popular inexistente y contagiar a los demás de la histeria golpista. El demencial ataque contra una niña y las aberrantes justificaciones, por parte de algunos políticos y periodistas, demuestran el deseo de tomar la vía inconstitucional, alejada de cualquier principio básico de legalidad y humanidad. Esto se suma a las amenazas de muerte al presidente, por parte de un militante del Centro Democrático en plena vía pública. Es evidente que la campaña mediática contra el gobierno popular busca la caída de este por medio de la mentira generalizada y esparcida como veneno por los medios de comunicación y los agentes de la reacción. Estos esperan que el pueblo se contagie del virus golpista, que se infecte de odio y fascismo; que de nuevo aplauda a sus verdugos; que rechace la paz y celebre la guerra.


Manuel Beltrán

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