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GENOCIDIO CONTINUADO

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 8 oct 2023
  • 4 Min. de lectura

Al mismo tiempo que la derecha exhibe sus entrañas golpistas y antidemocráticas, el país ha ido vislumbrando la brutalidad y la magnitud inmensa del exterminio que se dirigió desde el Estado y se impartió como la razón de ser de las cosas. Sin embargo, el genodicio en Colombia no empezó con los mal llamados falsos positivos ni con los hornos crematorios de los paramilitares. Empezó desde mucho antes. A la memoria quizá le sea imposible recordar el momento exacto en el que inició y deba conformarse con un desde siempre. A lo largo de próximas columnas estaremos tratando otros casos de la práctica sistemática de eliminación física y moral del adversario político en Colombia. Por lo pronto, diremos que la oligarquía ha gobernado al país con este método, de liquidación del rival, para mantenerse en el poder, ampliar sus privilegios a costa del pueblo oprimido y acabar con cualquier posibilidad de cambio, ya sea por el juego sucio de la política o del sicariato. En otras palabras, el caso de las ejecuciones extrajudiciales, en el marco de la mal denominada "seguridad democrática", y el uso de hornos crematorios para la desaparición total de muchos colombianos, no es un quiebre o una anomalía, sino que se trata de la fase más profunda y paradigmática de un sistema de muerte.


Una de las cuestiones centrales en estos casos es el deseo de borrar la memoria y los crímenes que se cometieron. Así lo hicieron los nazis en el pasado, cuando intentaron borrar todos los registros y pruebas del exterminio que habían cometido, antes de ser derrotados. Aún hoy en día, la extrema derecha niega el holocausto cometido. Las dictaduras militares en Latinoamérica siguieron el mismo libreto y negaban con descaro la existencia de sus propias víctimas. Es más, en la Argentina los negacionistas de los miles de desaparecidos durante la dictadura pretenden ser elegidos en el poder, con ese discurso que desconoce la barbarie causada con plena consciencia. Las mayores diferencias con el caso colombiano radican en que el exterminio ha sido más extenso y se ha hecho enarbolando las banderas de la democracia. Por lo demás, cumple con los mismos patrones, incluído el de la negación. Pese a las múltiples confesiones de los autores materiales de las ejecuciones extrajudiciales y del hallazgo de los hornos, la derecha sigue negando esta verdad obvia e incuestionable. Lo hace por medio teorías de la conspiración bastante absurdas o por la estigmatización de todo el que denuncia, que, incluso hoy, es tachado de pertenecer a la insurgencia armada.


La pregunta central para el caso colombiano, al igual que muchos otros, consiste en saber cómo se llega a tal nivel de barbarie y cómo esta se convierte en el sistema que rige toda una sociedad supuestamente civilizada. Se puede afirmar que estos procesos de declive humano son extensos y se construyen a lo largo de muchas décadas en los que la violencia desde el poder se justifica y se alienta. Es decir, lo paradigmático en el caso colombiano no es la crueldad y el sadismo que acompañó al genodicio, sino la sistematización que tuvo hasta llevarse a un proceso de tipo industrial o una política de Estado. Sin embargo, para llegar a este punto, primero se tuvo que normalizar y dejar impune una inconmensurable cantidad de atrocidades a lo largo del tiempo. De los cortes de corbata y de franela, que se usaban para se expuestos, se pasó a hornos crematorios para borrar los crímenes y cualquier responsabilidad. El desaparecer o borrar a una persona del mundo consiste en un terror de Estado más sofisticado y efectivo. En vez de lanzar los cadáveres a los ríos para que se perdieran en el anonimato de los NN, se creó una política de Estado en el que a la víctima se le acusaba de ser guerrillero y se le presentaba como un éxito en combate, a cambio de obtener beneficios dentro del servicio militar o policial. Algo similar pasó en Alemania, donde la barbarie pasó de fusilamientos masivos a la tecnificación de la cámara de gas. En Argentina, la última dictadura desapareció sin escrúpulos a decenas de miles, tantas dictaduras a lo largo del siglo XX habían preparado el terreno para aquella demencia.


Ahora, ¿cómo avanzar y superar esta verdadera hecatombe social? El primer camino es la verdad, que los culpables y los principales determinadores sean expuestos y tengan que dar la cara a las familias de sus víctimas. El país debe saber la verdad para que haga un proceso de sanación, es decir, que se sienta tan asqueado que no permita jamás que esta locura vuelva a suceder. Sin embargo, la burla de que los expresidentes y terceros que financiaron el exterminio no enfrenten a la justicia ya es un sabotaje inmenso para el propósito mismo de la justicia restaurativa. No habrá reconciliación mientras lo mayores responsables gozan de total impunidad. No es que se busque penas elevadas, pero la responsabilidad política por este genodicio continuado debe llegar al fin. Es la única forma en que no se siga repitiendo a lo largo de la historia. Si los verdugos no son presentados como padres de la patria, sino como los criminales que realmente fueron, tendríamos un mejor país. También hay que aprender de los ejemplos. Si los nazis hubiesen sido castigados con mayor severidad, hoy no serían otra vez una amenaza para el mundo. Si en Argentina los asesinos hubieran recibido el castigo que realmente merecían, hoy no habría la amenaza de que sus pupilos negacionistas vuelvan al poder y ahora por la vía democrática. En Colombia pasa igual, si no se elimina el sistema que creó esta monstruosidad, volverá a reproducirse. Esta tragedia va más allá del nombre de algunos responsables. Hay que acabar el sistema de muerte que sacrificó a miles de inocentes, solo por la avaricia de acumular más tierras, "ganar" elecciones y mantenerse en el poder para amasar más riqueza bañada en sangre.


Manuel Beltrán.


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