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EXTERMINIO: ESTADO DE SITIO

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 5 mar 2024
  • 5 Min. de lectura

La imagen del antiguo régimen es la de un sepulcro constantemente blanqueado, por lo tanto, debe tomarse la figura del Estado de sitio como uno de los métodos que buscan perfeccionar la opresión sobre el pueblo por parte de la clase dominante. Esto lo planteó el escritor colombiano Gustavo Gallón Giraldo a finales de la década de los setenta, en su libro Quince años de Estado de Sitio en Colombia: 1958 - 1978. El mismo título ya nos deja ver la saña con la que se aplicó esta medida; de los 20 años que abarca el estudio, 15 estuvieron marcados por aquellas disposiciones que se presumían excepcionales. Luego de exterminar el alzamiento popular tras el magnicidio de Gaitán, de imponer la dictadura de Rojas Pinilla y de tumbarla cuando ya no era necesaria, la oligarquía emprendió el camino para lavarse las manos, mientras aparentaba ser una democracia. Amparado por EEUU y su visión bipartidista, llegó el Frente Nacional, que a todas luces era un pacto entre las élites de siempre y no un acuerdo verdaderamente democrático. En medio de tal farsa, el antiguo régimen solo se podía mantener y profundizar mediante la toma de medidas excepcionales, que suspendían las garantías constitucionales para entregar super poderes al presidente, con la excusa de restablecer el orden público, turbado por una conmoción interior. Gallón ilustra cómo este proceso fue llevado a un extremo tal, que quiso convertirse en la normalidad incuestionable y cotidiana mediante el estatuto de seguridad de Turbay.


Uno de los límites que imponía la constitución de 1886 a esta figura del Estado de sitio (al menos en el papel, ya que la realidad fue otra) era la de mantener la prohibición de la pena de muerte. Sin embargo, el gobierno podía suspender otros derechos constitucionales y aplicar medidas de excepción, como la detención de cualquier sospechoso sin un proceso judicial, el toque de queda, consejos de guerra para juzgar civiles, nombramientos de militares como autoridades locales e, incluso, el cierre del congreso. Al principio del Frente Nacional esta última medida se aplicaba a raja tabla, pese al supuesto de que el legislativo debía hacer el control político al gobierno que había declarado el Estado de sitio. Con el tiempo, los diferentes gobiernos del Frente Nacional entendieron que no era necesario cerrar el congreso, este nunca cuestionaría las medidas del presidente de turno, pues todos hacían parte del mismo régimen. El Estado de sitio sirvió para marginar a los opositores políticos de dicho orden, como los seguidores de Rojas Pinilla o la izquierda en general. Sirvió para reprimir con toda la fuerza a cualquier persona que protestara contra ese sistema. En algunos casos se aplicó de forma regional, en otras, a nivel nacional. Avivó las llamas de la guerra con la respuesta del Estado sobre las regiones, tachadas como "repúblicas independientes". En el principio, el Estado de sitio no solo permitía dictar medidas en materia de orden público, también lo hacía en el campo económico. Esto se suprimió con el tiempo, cuando se creó la figura de emergencia económica, que amplió las facultades del ejecutivo en esta materia.


Como puede verse, el mecanismo del antiguo régimen consistía en aumentar la represión, a medida que se elevaba la simulación de configurar una democracia normal. El control constitucional de la antigua Corte Suprema nunca encontró motivo para tumbar una declaratoria de Estado de sitio, ningún parlamentario denunció los excesos y violaciones al derecho humanitario que se cometieron con el pretexto de restablecer el orden. Lo único que se pretendía era maquillar una dictadura en la práctica y presentarla como una democracia. El estatuto de seguridad solo fue la conclusión inevitable de una política sistémica, que se intentó elevar al nivel de la normalidad constitucional. No es sorprendente, entonces, que en ese periodo de tiempo menos extenso, el gobierno de Turbay, se llevarán a cabo muchas más violaciones de DDHH que los veinte años anteriores. La lección es que el fascismo es una maquinaria de represión, que empieza de a poco a desmoronar la libertad y los derechos, hasta demolerlos por completo de una forma demencial. El problema es aceptar esta locura como lo lógico y el orden necesario. Se debe frenar desde un principio.


La represión brutal durante el Paro Nacional de 2021 responde a la lógica descerebrada que acabamos de describir. No es raro que la primera víctima haya sido un joven al que un policía le aplicó la pena de muerte por haberlo pateado. Fue en Cali, pero todo el país vio la escena. Un joven le lanzó una patada a un policía que se movilizaba en moto. El joven ni siquiera lo tumbó, pero el oficial sacó su arma y ejecutó sin escrúpulos al muchacho. Los políticos de la extrema derecha, empezando por el expresidente Uribe, salieron a validar el hecho y a fomentar que se repitiera cuantas veces fuera necesario. De un momento a otro, el fascismo pretendió retrotraer al país a una época anterior a la Constitución del 91, que abolió la figura de Estado de sitio y la reemplazó por la de conmoción interior. Nos devolvieron incluso a un momento anterior al de la Constitución de 1886 que prohibía de palabra la pena de muerte. No era de extrañar, la dictadura de Duque había reprimido criminal e impunemente al pueblo durante el 2019 y el 2020, así que la barbarie escaló hasta querer ocupar el lugar de la racionalidad. El punto es comprender lo que explica Gallón en su libro, todas las supuestas aperturas democráticas del antiguo régimen son una farsa que pretende ocultar su naturaleza psicópata y genocida. La Constitución del 91 no es la excepción. Sin Estado de sitio, conformaron nuevamente grupos armados de extrema derecha hasta llegar al exterminio paramilitar y la seguridad democrática.


Recordar esta historia debe permitir a los colombianos, y a los latinoamericanos en general, luchar contra el fascismo que pretende arrasar con el futuro. Ese eje fascista regional, que ha surgido como repuesta a la Revolución Latinoamericana del siglo XXI, utiliza la lógica perversa que hemos descrito. Entre más palabras y lemas de libertad use el eje trumpista, impulsará con mayor fuerza políticas de corte fascista. Hablan de libertad, pero Bukele encierra a personas solo por usar tatuajes. Hablan de libertad, pero Milei cierra medios de comunicación que le son incómodos. Lo peor de todo esto es la normalización que se lleva a cabo, especialmente, por sectores que dicen ser los abanderados de la institucionalidad democrática. En el trasfondo de esa pretendida preocupación por el orden público se encuentra el afán de dominar a toda la población. El Estado de excepción en El Salvador no solo busca frenar la delincuencia, se ha impuesto como la nueva normalidad donde nadie puede cuestionar a Bukele. El afán de los neonazis en Argentina por implementar medidas de excepción busca que nadie se rebele contra el paquetazo neoliberal. La derecha en Colombia pedía una conmoción interior para aplastar al pueblo que llevó a cabo el Paro Nacional y hoy en día enarbola todas estas ideas de muerte y represión para truncar el proceso de cambio y volver al pasado, a esa falsa normalidad, contraria a la razón, a la vida y a la verdadera libertad.


Manuel Beltrán.


 
 
 

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