
EL ANTIGUO RÉGIMEN SE HUNDE
- Manuel Beltran
- 12 feb 2024
- 5 Min. de lectura
La figura del infiltrado para sabotear y criminalizar las manifestaciones del pueblo ha sido una de las herramientas predilectas del antiguo régimen para mantener su hegemonía. Sin embargo, este método ha fallado estrepitosamente durante la más reciente movilización de los ciudadanos para exigir la elección de una nueva fiscal, dentro de la terna enviada por el presidente de la República a la Corte Suprema de Justicia. El montaje para mostrar a los manifestantes como una horda violenta, que siempre debe ser dominada por la fuerza, quedó en plena evidencia porque la conciencia del pueblo colombiano ha evolucionado de forma significativa. Los actores enviados por la extrema derecha tenían el objetivo de engañar a los marchantes para que, ingenuamente, entraran en el Palacio de Justicia, en medio de la elección, lo cual habría sido interpretado por todo el mundo como un asalto a la democracia. Pero el pueblo fue más inteligente que en el pasado, no cayó en la trampa. De hecho, los infiltrados fueron neutralizados y quedaron expuestos ante la opinión pública. Entonces, toda la narrativa que tenían preparada los medios de comunicación se convirtió en una enorme farsa, en una opereta barata en la que ya nadie creyó. El intento por reeditar "la toma del palacio por parte de sectores de izquierda" resultó una artimaña tan evidente, que no pudo tapar el hecho de que los integrantes de la Corte Suprema dejaron a cargo de la fiscalía a un personaje con enormes escándalos por señalamientos serios sobre actuaciones fuera de la ley. Por más que el ruido de todos los medios pretendía convencer al pueblo de que se habían tomado el Palacio de Justicia, la única verdad es que el antiguo régimen hizo agua por todas partes; no pudo contener la movilización popular y se ha terminado de deslegitimar por completo. La crisis es tan fuerte, que la opción de una Constituyente ya no parece una quimera, sino una salida tangible, pues el mecanismo para elegir a los altos funcionarios de la justicia ha demostrado que todo el sistema está podrido y se hunde centímetro a centímetro.
Ahora bien, ¿cómo es posible que un régimen de 200 años colapse en unos cuantos segundos y en un día parezca que la realidad se ha puesto de cabeza? Por supuesto, este acontecimiento ha sido el resultado del conglomerado de luchas históricas que llevó a cabo el pueblo a lo largo de su historia para pretender soñar con un mundo nuevo. El proceso revolucionario no es una combustión que emerge de la nada. Es un proceso silencioso, que se da debajo de la tierra, durante décadas, siglos, hasta que al fin todo vuela por los aires. Al respecto, es necesario abordar el texto del francés Alexis Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución, en donde se plantean estos asuntos a propósito de la reflexión sobre la Revolución Francesa. En este texto, el autor plantea que aquella revolución fue el producto de diez generaciones de pensadores y luchadores políticos. La Revolución Francesa también fue el resultado de la decadencia de un antiguo régimen que se había agotado en toda Europa; el paso definitivo para abolir el orden feudal al fin llegó. Es decir, si bien la revolución es un proceso de largo alcance, llega un momento en el que todo lo vetusto debe ser derrumbado para darle paso a ese nuevo mundo desde los escombros del pasado. Tocqueville plantea que aquellos que en su momento no comprendieron el proceso que se vivía, no entendían porqué las cosas no se hacían a la vieja usanza y solo se buscaba acabar con el pasado. Precisamente, esa era la naturaleza de la revolución: hundir al antiguo régimen en el pasado al precio que costase. Este aspecto quizá sea el que más evoque el actual proceso de cambio en Colombia, esa condición imparable, que pese a todos los ataques, montajes, guerras mediáticas y judiciales, la transformación no se detiene.
Otro de los aspectos pertinentes del texto El Antiguo Régimen y la Revolución es el del ejercicio del poder público. El episodio de la falsa toma del palacio tenía la intención de presentar un proceso de cambio anárquico, al que solo le interesa destruir. Tocqueville explica que este fue uno de los mayores temores que empujaron al pueblo a desechar la lucha política y a someterse ante el autoritarismo de Napoleón, que prometía seguridad y mano de hierro. Algo similar se intentó con la pantomima del 8 de febrero. Las banderas del M-19 alrededor del Palacio de Justicia no fueron una casualidad. Estaban allí para crear una sensación de verosimilitud al utilizar un elemento propio de la toma original de 1985. Aunque las convocatorias a las marchas nunca plantearon al Palacio de Justicia y sus parqueaderos como la zona de protesta, los medios insistían en que esas eran la bases populares del gobierno. Salta a la vista que todo se trataba de un guión preparado con antelación. Pero -lo repetimos- la conciencia del pueblo y las nuevas tecnologías, que permiten una cámara por cada ciudadano con un celular, derribaron la nueva conspiración. Entonces, los complotados solo pudieron hundirse en un mar de mentiras: que los magistrados habían sido lapidados, que luego fueron sacados vivos en helicópteros, que luego fueron encerrados nuevamente en el palacio y seguían "secuestrados", que el presidente los "liberó" contra su voluntad, etc. No solo se buscó presentar al presidente como un tirano que impone su voluntad la fuerza, sino que se busca alimentar ese falso relato de supuesta ingobernabilidad para seguir pidiendo un golpe de Estado y el arribo de una verdadera dictadura. Cuando el presidente despejó la salida para acabar con ese teatro, ante la presencia de un número indeterminado de infiltrados, estos delirios de falta de gobierno se acabaron. Este proceso no vino a liquidar el poder público, sino a ponerlo al servicio de los verdaderos objetivos del pueblo.
Pese a que Francia no era el país más sometido por el antiguo orden feudal, cosa que se presentaba con mayor fuerza al oriente de Europa, sí fue el que produjo la chispa que lo cambiaría todo. Tocqueville, de hecho, recoge cómo la situación macroeconómica demostraba una generación de riqueza importante. Pero esta no era para toda la población, estaba en manos de unas élites bendecidas por el sistema de castas que no permitía un acuerdo social más justo y acorde a los tiempos modernos. Esta historia no es del todo ajena a lo que se vive en Colombia. Las élites pregonan que somos un país de instituciones ejemplares, que el crecimiento económico siempre ha sido aceptable, etc. Pero la realidad para el pueblo es distinta. Somos uno de los países más corruptos y quizá el de la mayor impunidad. Somos también uno de los países más desiguales de la Tierra, pese a la riqueza que generan los trabajadores y al potencial que tiene Colombia. La justicia no es la misma para toda la población, un sistema de castas silencioss rige nuestras vidas; una cosa es la Colombia de la oligarquía y otra, la Colombia del pueblo trabajador. Toda esta barbarie se da de la mano del narcotráfico, es decir, del capitalismo sin ninguna regulación, en su estado más salvaje. Ese es el antiguo régimen que ya no puede contener el cambio por más que invente trapisondas. El sistema mafioso, que ha oprimido al pueblo por siglos, no puede ocultar la realidad: la justicia está en manos de la mafia, la fiscalía no persigue a los delincuentes sino que los encubre. Los magistrados, fiscales, procuradores se burlan del pueblo: se eligen entre ellos mismos, se juzgan entre ellos mismos, se absuelven entre ellos mismos, mientras se reparten puestos burocráticos y condecoraciones a diestra y siniestra. El sistema mismo es la fuente de la corrupción, del crimen y la codicia. Por el bien de los colombianos, debe terminar por completo. Así como no ha sido suficiente haber ganado la presidencia, tampoco bastará con una nueva fiscal.
Manuel Beltrán
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