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DELIRIOS SEPARATISTAS

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 30 ene 2024
  • 5 Min. de lectura

¿Cómo se explica que una oligarquía, a la que nunca le ha importado las regiones del país, ahora esté preocupada por cuestiones como la autonomía e, incluso, el mismo federalismo? Obviamente, se trata de un ejercicio de hipocresía y demagogia, con el cual solo se pretende debilitar al gobierno central, ahora que es un ejecutivo de corte popular. Es una falacia para engañar incautos y personas desinformadas. Este gobierno de cambio ha sido el más preocupado por las regiones en la historia; se volvió a demostrar con la instalación del gobierno en el Pacífico, la semana que pasó. Pero no solo eso, también ha sido así con la Guajira, con el Amazonas, etc. Esa narrativa de un gobierno hiper centralista constituye un desprecio absoluto por la más básica noción de la realidad. Hay pueblos en el Pacífico, donde jamás había ido un presidente o en los que nunca tuvieron servicio permanente de energía. La campaña mediática para confrontar a la presidencia con los gobernadores y alcaldes no solo demuestra la desesperación de una derecha (el brazo político de la oligarquía) que se ha quedado sin bazas efectivas para desestabilizar al gobierno; también es un ejercicio muy peligroso, además de revelador. Demuestra que a la oligarquía no le importa el país, sino su explotación. No tiene arraigo, sino es para ella, no será de nadie. Esto tiene coro en algunos gamonales locales, con delirios de tener un propio feudo para imponer su propia ley. Esto se alienta desde el establecimiento con el objetivo de cercar al gobierno popular y dejarlo aislado en la capital, como hicieran en contra de la Revolución de los Artesanos, en 1854. La realidad los ha vencido. Los delirios separatistas no pasan de eso: delirios.


Este tipo de estrategias no son nuevas para el mundo ni para la región ni para nuestro país. Cómo no recordar a la Yugoslavia que fue desgarrada por los nacionalismos más fanáticos. Un pais que había conseguido la unidad y la prosperidad para diferentes nacionalidades terminó desgarrado y convertido en un montón de islas sin mayor relevancia internacional, donde pequeños caciques imponen la ley del imperialismo que los financia. Cómo no recordar la fragmentación de la primera Colombia, de la grande. En ese momento, nuestra nación abarcaba toda la costa del caribe y del pacífico, en el norte de Sudamérica. EEUU, por su parte, solo estaba integrado por las 12 colonias en la costa atlántica. La historia de nuestra segunda sumisión se puede explicar por la pérdida constante de territorio, mientras nuestros nuevos amos no paraban de crecer; ese fue el siglo XIX. Cómo no recordar el episodio de la Patria Boba, en el que el sector de la oligarquía criolla, la misma, dividió a las fuerzas independentistas, revolucionarias, lo cual permitió la vuelta del dominio español. Es así, el separatismo es uno de los recursos finales de las élites de turno para fulminar un proceso revolucionario, de cambio. En la región lo han intentado en el Zulia de Venezuela o en la Santa Cruz de Bolivia. En este último país tuvieron éxito en el golpe de Estado contra Evo Morales. Fue en Santa Cruz donde se sembró la violencia fascista que abrió la puerta a la sedisión de los militares y policías, en complicidad con sectores políticos de extrema derecha. Tal vez quieran eso con Antioquia, el lugar donde ciertas mafias deliran con tener su propio narco Estado paramilitar.


No es raro que haya vuelto la idealización de la Constitución de Rionegro de 1863 y del periodo conocido como Olimpo Liberal. Un olimpo que se había apartado completamente del pueblo y de sus necesidades, luego de ayudar a ahogar en sangre la revolución de 1854. El problema de la Constitución de 1863 es que estaba basada más en dogmas que en realidades. Un gobierno federal estaba destinado al fracaso. Esa no era la revolución que se necesitaba, la que era necesaria se había perdido 9 años atrás. Algo similar sucede hoy en día; quieren vendernos que el federalismo es el verdadero cambio que necesita el país y no el que encarna el gobierno popular. Esto en realidad es una contradicción de la derecha, que explicaremos más adelante. Lo cierto es que el federalismo no fue ni es el problema. Cuando el régimen fantasioso de 1863 hizo agua, la Regeneración Conservadora impuso el modelo hiper centralista de la Constitución de 1886, con la promesa de resolver todos los problemas que había generado el federalismo. Falso, la verdad es que un gobierno centralista tampoco fue capaz de impedir la separación de Panamá; al contrario, la alentó. El problema era que el Estado y el gobierno central no tenía la capacidad de gobernar con eficiencia todo el territorio; las condiciones reales aseguraban un fracaso en el modelo centralista o federalista. Lo mismo pasa ahora y los incendios forestales que sufre el país lo han venido a comprobar. De nada sirve un sistema federal, si las regiones no tienen ninguna capacidad para ejercer una autonomía real y funcional. De nada sirve un gobierno nacional o federal, si este no es capaz de aplicar la misma ley y fomentar el mismo desarrollo en cada territorio del país. La vía correcta es la del gobierno popular: llevar el desarrollo a la comunidades mediante la labor del gobierno central, que es el que ahora tiene la capacidad; crear las herramientas para que un gobierno central o federal pueda ser efectivo a la hora de administrar las comunidades. Una vez las circunstancias objetivas de las regiones mejore se dará una autonomía armoniosa, que mantenga la unidad y el arraigo de toda la población al mismo proyecto nacional. Por supuesto, el objetivo de la oligarquía no es ese, sino desestabilizar al gobierno popular y sacarlo del camino.


La contradicción de la derecha en este tema es que pretende usar el legítimo deseo de autonomía de las regiones como una herramienta contra el gobierno, cuando este siempre ha promovido dicho objetivo noble. Es decir, a la derecha se le volverá como un búmeran está estrategia. En vez de contener el cambio, lo va a alentar. El gobierno popular no va a defender a capa y espada el modelo centralista. Lo que hará es impulsar una transición lógica y armoniosa. Si las regiones quieren más autonomía, primero tendrán que desarrollarse, a la par de un gobierno posiblemente federal que sea capaz de salvaguardar la unidad de la República y alejar al país de posibles fracturas y perdidas lamentables como las del pasado. La idea no es despreciar a San Andrés y perderlo, sino desarrollarlo y que se sienta orgulloso de ser siempre colombiano. Repetimos, los incendios forestales vinieron a comprobar esto. Las comunidades y autoridades locales se vieron sobrepasadas por la crisis y fue el gobierno nacional el que tuvo que contenerla. Esto demuestra lo delirantes que son algunas de esas ideas y dogmas frente a la realidad práctica. Estamos lejos de ese camino, pero lo importante es que alimente el destino del cambio real y es el desarrollo y la mejora indiscutible de las condiciones de vida de toda nuestra sociedad. Ahí reside el problema para la oligarquía, que busca mantener sus privilegios. Sin embargo, se ha equivocado y ha elegido una estrategia que terminara alimentando el proceso de transformación. Nuestro deber no es seguir balcanizando la región, sino todo lo contrario; es la unidad. Por el momento, esas voces delirantes se han venido silenciando. Los separatistas en Antioquia se han visto mermados por sus escándalos e ineptitud, como con el tema de las basuras. Y en el Congreso, el presidente de esta entidad, que se había convertido en el vocero de la campaña para debilitar al ejecutivo nacional, se ha visto envuelto en una investigación por parapolítica, justo antes del reinicio del periodo legislativo.


Manuel Beltrán

 
 
 

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