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ES LA REVOLUCIÓN.

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 24 dic 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 25 dic 2022


En 1854, tres años después de la libertad de los esclavos, el país vivió una revolución  popular que sacó a la oligarquía del poder por ocho meses y marcó el paradigma político de nuestra historia como República. El contexto obligaba a Colombia a romper con cualquier tradición que quedara del dominio español. A nivel económico, se aspiraba a romper las cadenas del sistema colonial. En cuanto a lo político, se buscaba un modelo más democrático. La libertad de los esclavos fue un hecho que reunía ambos aspectos. Sin embargo, no fue  posible porque las élites criollas no estaban dispuestas a ceder en cuanto a sus privilegios. Así quedó planteado el problema perenne sobre a quiénes beneficia el desarrollo capitalista y la superación de la premodernidad. La reforma impulsada por Hilario López y la oligarquía liberal rompía con el viejo orden, pero no aseguraban un nuevo orden equitativo (algo parecido a la paz de Santos). Los hombres libres se dedicaron a su trabajo y se les llamó artesanos, productores del pueblo que se veían afectados por la implementación del libre mercado que beneficiaba a los artículos importados. Esto generó la Revolución del 54. El pueblo trabajador comprendió que no bastaba con ser “libre”, también debía gobernar, ser dueño absoluto de su destino, a través de medidas como el aumento de los aranceles.

 

Antes de la Revolución, gobernaba José María Obando como heredero de Hilario López. Estaba a punto de ser derrocado por los conservadores, sin que mostrara la  mayor resistencia. La verdad es que desde siempre las dos corrientes de la oligarquía se han unido para someter al pueblo. En vista de que Obando no continuaría avanzando en las transformaciones, los artesanos y El Ejército Libertador, que aún existía, decidieron actuar. Apartaron del cargo a Obando y proclamaron a José María Melo como el primer presidente de extracción popular. Entonces, la oligarquía le declaró la guerra a ese gobierno. Las supuestas rivalidades entre Cipriano de Mosquera, Hilario López y Obando quedaron atrás. Estos cercaron la capital y la tomaron a sangre y fuego. Desde entonces, la oligarquía ha usado la guerra fraticida como herramienta contrarrevolucionaria. Muchos de estos artesanos fueron asesinados. Muchos de estos revolucionarios fueron desterrados a México, como el mismo José María Melo. Sus restos reposan en ese país, pues el destierro se mantiene después de muerto. El Ejército Libertador fue desmantelado.

 

El proceso de cambio que vive el país en la actualidad está ligado a esa historia, la única diferencia es que esta vez se ha llegado al poder a través del voto. Pero los problemas de fondo persisten. Hoy también estamos intentando superar los lastres de la premodernidad, agravados por el neoliberalismo irracional. Hoy también se busca una democracia popular y un sistema económico menos injusto. El pueblo de nuevo ha comprendido que no basta con ser “libre” y votar. Debe ejercer el poder para ponerlo en su beneficio. Así que dio una lucha incansable para llevar a Petro a la presidencia. El mismo Gustavo Petro que es un gran admirador de aquella revolución de los artesanos y de José María Melo, a quien rindió honores en su visita a México. En consecuencia, el actual mandatario de los colombianos es una persona que valora las luchas de los pueblos y tiene la sensibilidad necesaria para recordar y darle el lugar que se merecen esos luchadores del pueblo. Por esta razón es que el presidente no se ha olvidado de los presos políticos del Paro Nacional. Por eso, contra viento y marea, ha decidido darle la oportunidad a los muchachos para que se defiendan en libertad y vuelvan a sus hogares. Esta vez el pueblo ha vencido. Los luchadores del pueblo no serán desterrados ni olvidados. Volverán a casa.

 

Sin el Paro Nacional, esta revolución no se hubiese concretado. Es nuestra Toma de la Bastilla. La historia debería bautizar estos tiempos como los de la Revolución Colombiana. En esas jornadas, el pueblo no solo resistió a la peor arremetida del fascismo agonizante, también fue capaz de organizarse y tomar la iniciativa. El país nunca vio marchas tan multitudinarias, como las que pedían un nuevo orden de las cosas. No importó la represión ni las campañas mediáticas de terror, el pueblo no claudicó hasta saber que su opresor ya no tendría la capacidad de volverlo a someter. Las mutilaciones oculares, las desapariciones, los descuartizamientos, los cadáveres en los ríos, la violaciones, los montajes judiciales no pudieron detener a esa marejada humana que buscaba su liberación. El pueblo respondió con la solidaridad en las ollas comunitarias, con la denuncia constante en las redes sociales, con mayor número de marchas. Fue un impulso vital por la supervivencia, en donde muchos dieron la vida por proteger a otros. Por eso no se puede olvidar a los caídos ni a los presos políticos. No se puede aceptar la difamación ni la persecución judicial del fascismo. Si esta es nuestra revolución, no se puede permitir que ahoguen a los héroes en la infamia.


Y es que la libertad de los jóvenes encarcelados por protestar durante el Paro Nacional contra el saqueo y la guerra de la derecha es un asunto crucial, fundamental. Primero, porque demuestra de qué lado está cada quien. Los tibios no han podido disimular sus desprecio por esos jóvenes que sí actúan y de inmediato se opusieron a su liberación. De nuevo, han validado todo la propaganda sucia de la extrema derecha. Segundo, está en juego la verdad de lo que sucede en Colombia. La derecha intenta mostrar todo este proceso como un asalto contra la normalidad, que al fin debe recomponerse. Dicho asalto lo han hecho unos malhechores que deben ser eliminados. Por eso difaman y criminalizan a los muchachos. En cambio, si sale a la luz la verdad, se verá que son jóvenes valientes, que lucharon por el cambio que el país necesitaba. Tercero, no hay cambio con presos políticos. Si los luchadores que abrieron el camino de la transformación siguieran encarcelados y estigmatizados, significaría que los opresores del antiguo régimen ganaron y aún tienen el poder. Cuarto, el tema es tan importante, que varios ex presidentes neonazis de la región han expresado su desacuerdo con la decisión de Petro. Mienten al decir que el ejecutivo interviene en la rama judicial. La verdadera interferencia en la justicia fue haberla usado para perseguir a manifestantes. Además, no se están cerrando los casos. Lo que se le debe exigir al gobierno es que acelere la marcha. Las familias esperan a sus hijos y acabar el suplicio lo más pronto posible.

 

Manuel Beltrán.

 

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