
EL SISTEMA EN CRISIS
- Manuel Beltran
- 24 jun 2023
- 5 Min. de lectura
La crisis no es del gobierno popular. Esa es una mirada muy simplona de la situación actual. Lo que está en crisis es el viejo sistema que es incapaz de reformarse y solo plantea una salida posible: su final y la necesidad de un nuevo orden. Veamos un ejemplo. En 1905, después de las revueltas populares, el Imperio Ruso tuvo la oportunidad de transformarse en una monarquía de corte constitucionalista. Pero el Zar se negó a renunciar al absolutismo. Aquella fue la base de la denominada Revolución de Febrero de 1917 que trajo la república de corte liberal y el fin del trono de Nicolás II. Kerenski, primer ministro de aquel corto régimen burgués, tampoco quiso llevar a cabo las reformas que el pueblo ruso exigía ni sacó al país de la Primera Guerra Mundial. Entonces vino la Revolución de Octubre, encabezada por los bolcheviques. Luego los reaccionarios crearon el Ejército Blanco y empujaron al país eslavo a la Guerra Civil, que acabó con el nacimiento de la URSS. La historia de cada gran revolución pasa por superar los diferentes niveles de resistencia que las élites plantean a los procesos de cambio. A su vez que son un barrera, se convierten en el motor de la revolución. Cada muro impuesto por el poder se convierte en una meta a superar por el pueblo. Este es solo un ejemplo para enseñar cómo la misma oligarquía alimenta el proceso de cambio en Colombia al sabotear las reformas sociales planteadas por el gobierno de cambio. Para este análisis, haremos un balance de la legislatura que acaba de pasar y lo que se viene a futuro.
Lo primero que hay que decir es que el balance legislativo es bueno para el ejecutivo nacional. No es cierto lo que dicen los medios. La legislatura no ha sido un fracaso porque fueron muchas más las reformas aprobadas que las hundidas por el sabotaje de la derecha. El acuerdo de Escazú, la jurisdicción agraria, la protección constitucional al campesino, la matrícula cero para educación superior, la reforma tributaria, el mismo ministerio de la igualdad, la reducción de las vacaciones de los congresistas, el acuerdo comercial con Venezuela, la prohibición del Fracking, el Plan Nacional de Desarrollo, el presupuesto y la adición y el código electoral con voto electrónico son verdaderos cambios y suman mucho más en cantidad a las reformas que fracasaron. Podemos retomarlas, son 5: reforma política, ley de sometimiento, humanización de las cárceles, comercialización del cannabis y (la más importante) la reforma laboral. Sin embargo, estas no son iniciativas menores. La algarabía de la oposición por estos tropiezos tienen un aspecto muy real en el fondo: estas reformas son las más estructurales, junto a las de salud y pensiones (que también han sido fuertemente atacadas, aunque sobrevivan en el legislativo. Es decir, aunque el balance sea positivo para el proceso de cambio, los cimientos de la sociedad desigual y corrupta siguen intactos, lo cual obliga al pueblo a ir más allá, a continuar la lucha más allá de los consensos mentirosos.
La oligarquía celebra una victoria pasajera. El hundimiento de las reformas no desaparece los problemas estructurales de la sociedad colombiana ni soluciona el inconformismo plenamente justificado de su población. La oligarquía sigue con la cabeza hundida en la tierra, sorda y ciega a cualquier reclamo justo de la sociedad. Negarle los derechos más básicos al trabajador, luego de la elección de un gobierno popular y del respaldo de la ciudadanía en las calles a las reformas sociales, solo demuestra que a las élites no les importa la conciliación ni los acuerdos. Quieren seguir dominando como si fuese mandato de un designio divino. Lanzan la mentira de que vivimos en el mejor de los países posibles y creen que el pueblo trabajador tiene que obedecer sin rechistar. Al negarle al pueblo el camino de la reforma, lo empujan hacia la vía de la revolución. No es suficiente alcanzar el poder presidencial, se necesita dominar el legislativo; no basta conquistar el poder político, hay que hacerse con el poder económico y mediático. Un sistema incapaz de reformarse es un sistema caduco, inviable, moribundo y que arrastra consigo a toda la sociedad. Los pueblos no solo no pueden avanzar, sino que retroceden cada día, como si se tratara de una maldición. De hecho, eso es lo que sueña la derecha con la reforma laboral; en vez de recuperar derechos, quieren quitar los pocos que quedan. No quieren una clase obrera, sino simples esclavos que no se puedan defender.
Sin darse cuenta, los oligarcas han puesto en discusión el mismo sistema capitalista, que no es capaz de reformarse y existe a costa del pueblo. No han tenido ningún escrúpulo en lanzar una conspiración para intentar frenar las reformas y tumbar el gobierno. Empujaron a un coronel de la policía al suicidio mediante amenazas para que atestiguara en contra del presidente. Usaron su tragedia y retrasaron el informe forense para engañar a la gente y ponerla a marchar en defensa de los privilegios de los más poderosos. Sin embargo, ninguna de estas conspiraciones criminales borra los problemas diarios que sufre el trabajador. Ahí siguen latentes porque la derecha saboteó los cambios necesarios. Esos que tanto meten miedo con la URSS dejaron sin los derechos que en aquel país disfrutaban los trabajadores, hace un siglo: contrato a término indefinido, horas extras desde el inicio de la noche, prestaciones, recargos nocturnos, etc. Cada vez que al obrero no le alcance su salario, deberá recordar que la oligarquía y sus operadores políticos son los causantes. Cada vez que sea explotado sin compasión, deberá recordar las celebraciones de esos que hundieron la reforma laboral.
El hundimiento de dicha iniciativa, sin embargo, no solo cuestiona a la oligarquía y a la derecha política. También cuestiona al gobierno que siempre ha planteado el idealismo de un capitalismo social, que es capaz de auto reformarse. Hoy en día no parece más que una utopía. Así mismo, también cuestiona a ese pueblo que pensaba que solo bastaba con votar cada cuatro años para cambiar las cosas en la práctica. Hoy queda claro que la democracia real significa una lucha constante. El gobierno no puede quedarse presentando enteramente las reformas en el legislativo saboteador para obtener el mismo resultado; tiene que buscar nuevas vías para llegar a los cambios. El pueblo no debe esperar a que el gobierno lo invite a movilizarse, sino que su misión es tomar la iniciativa. Por suerte, la gigantesca movilización del 7 de junio y la intención del gobierno de declarar la emergencia económica en la Guajira van en el camino adecuado. Demuestra que el pueblo y el gobierno son conscientes de la realidad y no han sido alienados por la inmensa maquinaria propagandística de las élites.
Manuel Beltrán
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