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El juego de la fuerza.

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 13 oct 2024
  • 3 Min. de lectura

El día en que asesinaron a ese joven, me refugié con un compañero apenas sonaron los golpes secos de los gatillos. Bastante molesto (se le veía en el rostro) me dijo que eso de tomarse las cosas a la buena de cada quien no podía suceder ni permitirse. No estuvo del todo bien, pero resultó siendo una solución la de los soldados. Por nada del mundo, el orden y quienes lo representan deben permitir que saqueen un centro de ayuda, por más hambrientos que puedan encontrarse las víctimas del huracán que arrasó con más de la mitad del país, al que algunos llamaban tercermundista (por aquel entonces en que tantos opinaron lo que se les antojó a través de los medios de comunicación, congregados alrededor de la tragedia).


Al frente del edificio donde se organizaban las actividades de ayuda, un grupo de hombres llegó protestando por comida y agua potable. Sus gestos se veían exagerados, poco civilizados, como el hambre y la sed que movían sus extremidades. Los soldados que habían llegado con La Gran Compañía de Naciones (a ese país miserable, devastado por la guerra y el clima, de donde provienen esas fotos de niños envueltos por moscas y carroñas) se formaron para dispersarlos. Los otros no retrocedieron, armados únicamente con piedras y palos. Algunos intentaron trepar por las paredes. Lo consiguieron. Sacaron cajas de alimentos que se encontraban, semanas atrás, en el parqueadero y que no se habían repartido por la omisión de ciertos trámites burocráticos.


La confusión y gritos aumentaron, hasta que los disparos hicieron retroceder a la multitud; menos a un joven que descansaba inmóvil en el suelo. Se veía como si hubiese comido y bebido más de la cuenta, y el sueño satisfecho lo perdiera más allá de sí, mientras el viento agitaba su camisa.


A la mañana siguiente, los periódicos (también el mío) hablaban de un joven que había caído tras agredir a los soldados. Todos confirmaron esta versión, salvo un artículo de opinión que fue censurado: La paradoja de los hombres civilizados, juego de burocracia y fuerza. Era toda una crítica al orden establecido, que estrujaba, especialmente, a los hambrientos por medio de la violencia. Curiosamente, lo escribió mi compañero. Aún hoy lo recuerdo así, tan ambiguo como el hombre que celebra triunfos de armas y luego descubre que solo se trataba de barbarie y brutalidad. En especial, un párrafo describe su cambio de percepción frente al papel de los soldados y la muerte de aquel joven.


“…El juego de la fuerza (luego de pensarlo una y otra vez, perseguido por la imagen funesta de aquel muchacho) me ha parecido sumamente cruel al enterarme de que este realmente no participó en los desmanes de ayer. En la madrugada, una fuente oficial –la cual mantendré oculta- me ha revelado que este joven simplemente transitaba por el lugar sin ninguna intención de participar en los disturbios que se dieron. La fuerza de los soldados, entonces, fue desmedida y azarosa, sin ningún ejercicio de racionalidad. Dispararon por instinto. El orden, que incluso defendí en medio de los desmanes, se tornó -para mi tristeza- en una colosal hidra de siete cabezas, sin control de ninguna de ellas, las cuales pueden agitarse y atacar a su voluntad. El orden había disparado por instinto, en un ejercicio de barbarie que pretendía ocultar la negligencia de llevar semanas con los alimentos en un parqueadero, mientras la gente se moría de hambre…”


Ricardo Forero.

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