
EL CAMBIO PARA QUÉ.
- Manuel Beltran
- 14 ago 2022
- 6 Min. de lectura
El cambio para qué.
14 de agosto de 2022
Después del magnicidio de Gaitán, el 9 de abril de 1948, el pueblo se agolpó en la Plaza de Bolívar a la espera de la anhelada revolución. Pero los representantes de la oligarquía liberal le dieron la espalda y sostuvieron el gobierno del conservador Mariano Ospina Pérez, a cambio de ministerios y otros cargos burocráticos. Luego, reprimieron brutalmente a ese pueblo y la posibilidad de cambio se convirtió en una guerra de más de 70 años. Además, tuvieron el descaro de culpar a la población por “borracha” y “fanática”.
En este marco se dio la inolvidable frase de Darío Echandía, que resumía todo el desprecio de las élites hacia el resto del país: “El poder para qué”. Hoy en día debemos retomar este episodio, ya que el pueblo ha conseguido llegar más lejos y poner presidente. Ahora que el cambio se ha hecho inevitable, podemos parafrasear aquella sentencia trágica y reflexionar acerca del cambio para qué. Algunos pretenden que el cambio sea estéril, que se quede en puro maquillaje y, en realidad, todo siga igual. El pueblo, por su parte, se está jugando la vida en este proceso de transformación (como pasó hace más de siete décadas).
En 2022, la disputa por el poder se resolvió a favor del pueblo. El cambio resultó incontenible, pese a todas las artimañas de los de siempre para no soltar el poder. Pero esto no significa que la historia se haya acabado. La lucha política solo se ha mudado de escenario. Los reaccionarios harán todo lo posible para impedir la consolidación del cambio o, por lo menos, buscarán torcerlo y adueñárselo. Podemos dividir a estos personajes en 4 tipos para analizarlos mejor.
En el primero de estos bandos están los más fascistas, que llegan a deformar todo el proceso y a mostrarlo como más de lo mismo. Llegan al colmo de postular que el verdadero cambio debe ser para volver al pasado. Acusan falsamente a Petro de aspirar a ser un dictador y repiten todo el guion golpista del resto de la derecha latinoamericana. Y al igual que pasa en otros países de la región, fracasan una y otra vez, pues el pueblo no cree en esa mentira que presenta al viejo régimen como lo mejor de lo mejor. El pueblo ha tomado la vía del cambio y no va a desistir.
Otra de las agrupaciones que se oponen al cambio en Colombia la conforman los utópicos y panfletarios, para los cuales ninguna reforma que emprenda el nuevo gobierno es suficiente. Siempre hallan algún pretexto para decir que el gobierno de Petro no es la utopía inalcanzable de la “verdadera revolución”. En toda medida hallan falencias en el enfoque de género, en la diversidad étnica o en las reivindicaciones de la clase obrera. Aunque se avance, niegan dichos progresos. Así, con posturas de supuesta izquierda y poses revolucionarias, validan a los más reaccionarios y sentencian que en Colombia no se produjo el tan esperado cambio.
Otro grupo de retrógrados actúa movidos por el extremismo de su propia ambición, más que por prejuicios ideológicos. Se trata de mercenarios políticos. Su efectividad se debe a que actúan desde adentro y atacan por la espalda, de improviso. Estos creen que el cambio es un botín para vender al mejor postor; es decir, a la minoría que reinó durante 200 años (la República apenas está renaciendo). El Pacto Histórico ya ha sido víctima de este tipo de jugadas sucias. Tanto así, que esos hechos han consolidado el término “manguito” para referirse a los oportunistas que cambian de bando a la menor oferta.
La cuarta facción –integrada por los más sagaces- comprende que el cambio en Colombia no se puede detener. Por consiguiente, concluye que debe adueñarse del proceso y desviar desde adentro las transformaciones estructurales, como si propinara golpes certeros contra la vanguardia progresista encabezada por Petro. Así se consigue un cambio para que no cambie nada. Para ello, este bando requiere imponerle a la opinión pública lo que debe pensar. Estos reaccionarios, que utilizan métodos más astutos, saben que deben volverse los dueños de la conciencia de los ciudadanos, para ponerlos al servicio de sus intereses y en contra de la transformación del país. Ellos le dirán al pueblo qué reforma debe apoyar y cuál no. Con esto, le darán más importancia a los cambios superficiales y destruirán los más profundos a punta de mentiras, chismes y tergiversación.
Este tipo de estrategias se han puesto en marcha mucho antes de la posesión del actual presidente de Colombia. Hablemos de dos ejemplos: el caso de la elección del nuevo contralor y el asunto de la reducción de salarios de los congresistas. Los enemigos del cambio han intentado por todos los medios imponer un contralor a la medida de la politiquería tradicional, con el objetivo obvio de tapar la corrupción. Pero no es el único propósito perverso que tienen. También aspiran a culpar a Petro. Quieren presentar al presidente como un dictador que no respeta la separación de poderes y pretende adueñarse de los órganos de control. Llegan al extremo de insinuar que las decisiones del Tribunal Administrativo de Cundinamarca al respecto de este tema han sido órdenes del nuevo jefe de Estado. Afortunadamente para el país, Petro ha sido más astuto y se ha mantenido completamente al margen de dicha elección y ha dejado claro que combatirá la corrupción a través de la inteligencia del Estado.
En cuanto a la reducción de salarios de los congresistas, lo primero que se debe precisar es que este asunto no es una reforma estructural. Pero, de un momento a otro, los medios lo han querido convertir en el tema más importante para la opinión pública. Si bien los legisladores de la nación deben reducir sus privilegios desde una perspectiva ética, esto no va a solucionar la profunda crisis económica que dejó la derecha. Una reforma que en verdad puede corregir el rumbo del país es la tributaria. Que las personas más afortunadas paguen los impuestos justos y este dinero pase a inversión social es el verdadero cambio. Y aquí está el meollo: los medios pretenden imponer la idea de que el tema de los salarios es lo más importante (populismo puro y duro). Claro, a los dueños de los medios les conviene más que los congresistas se bajen el sueldo, en vez de pagar los impuestos justos por sus fortunas y emporios mediáticos. Es evidente que el cambio de verdad no les sirve; prefieren el maquillaje y engañar al pueblo.
El plan consiste en emborrachar al país con desinformación, en la cual se presenta a Petro como otro politiquero que no cambia nada. Así, los enemigos del cambio consiguen que el pueblo se vuelva fanático de los rumores, de la mentira y en un opositor al único gobierno de extracción popular que ha existido en Colombia. Es decir, quieren volver al escenario del 48, cuando robaron la esperanza de los colombianos y los pusieron a matarse entre sí, solo para beneficio de los más poderosos. Desean que el pueblo vuelva a ser un pelele. Necesitan manipular sus emociones e indignación y para ello cuentan con todo el poder mediático. De este modo, todas las facciones contrarias al cambio se unen para imponer la idea que salir de Petro es el verdadero cambio, pues no se cansan de repetir que no ha cambiado nada, que el nuevo gobierno es más de lo mismo.
Solo el pueblo salva al pueblo. Su guía debe ser la razón, no sus emociones. Debe emprender el camino de una ilustración popular, de un renacimiento desde las bases. Así no será víctima de manipulaciones, sino el dueño de su destino. No puede permitir que lo conviertan en el artífice de su propia destrucción. No debe oír cantos de sirenas de los mismos que lo han engañado toda la vida. La lucha es larga y apenas empieza. La presidencia de Petro no es el punto de llegada, sino de partida. En conclusión, el cambio debe ser para llevar a cabo una transformación estructural del país, en procura de mejorar realmente las condiciones de vida del pueblo. El cambio debe ser para que los jóvenes tengan su educación garantizada; para que los viejos tengan una pensión digna; para que haya una reforma agraria y los campesinos tengan tierras fértiles que cultivar; para que se dé la industrialización del país; para que los obreros tengan condiciones laborales que los beneficien y puedan organizarse; para que los más poderosos paguen los impuestos justos; para que los presos políticos sean liberados; para que el pueblo no sea víctima de las manipulaciones de los medios, además de un largo etcétera. El pueblo no puede conformarse con migajas ni maquillaje.
Manuel Beltrán.
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