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CABILDO ABIERTO

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 28 ene 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 29 ene 2023


La base de esta revolución ha sido la movilización popular. El presidente Petro le cumple al pueblo al debatir las reformas en la plaza pública. No es un capricho ni una improvisación. Es un acto de verdadera democracia, que tiene sus raíces en lo más profundo de nuestra historia y de nuestra República. El pueblo se reunirá en la plaza con el presidente que eligió en las urnas para debatir el destino de las reformas y su pronta aprobación en el legislativo. A los opositores del cambio no les gusta la idea y tratan de presentarlo como un asalto a la "institucionalidad". Le tienen miedo al pueblo, al debate y a la democracia. Lo que hace el mandatario es retomar la figura del cabildo abierto y llevarla a un plano nacional, para que el colombiano de a pie pueda participar directamente en la toma de decisiones y transformaciones que se están dando en la actualidad. Recordemos que el cabildo abierto es una figura reconocida y protegida por la Constitución del 91. Así que no es un acto dictatorial la convocatoria a discutir las reformas que se están llevando a cabo. La ley permite la discusión con el pueblo sin que esto afecte el funcionamiento del legislativo. No es un acto de presión indebida. No se puede hablar de democracia sin la participación de los ciudadanos. Y aquí está el meollo del asunto. Esta convocatoria del presidente evidencia quién está de acuerdo con una democracia para la mayoría o una democracia restringida para unos cuantos privilegiados. No es casual que muchos "padres de la patria", como la cabeza del congreso, se muestren descontentos. El pueblo ya no será el simple votante, del que se acuerdan cada 4 años; de aquí en adelante, será sujeto activo en la toma de decisiones.


Retomemos la historia del cabildo abierto para verlo con claridad. Esta es una figura que proviene de España y nos llegó en tiempos de la Colonia. Hizo parte del sistema de organización social que los españoles implantaron en América y fue una de las semillas de la posterior independencia y de la búsqueda incansable por una verdadera democracia durante la república. Desde un principio, el cabildo abierto funcionó bajo las reglas de la costumbre de consultar con los hombres principales de la municipalidad su opinión sobre el devenir de la políticas en curso, que eran ejecutadas por el cabildo cerrado, donde estaban las autoridades reales. Para poder participar, se tenía que contar con la riqueza y los privilegios suficientes. Los criollos humildes, los indígenas y afrodescendientes eran excluidos. Solo los criollos más adinerados y con mayor abolengo podían participar. Su opinión era importante para las autoridades, que las tenían en cuenta para muchos casos a lo largo de las diferentes ciudades del continente americano. Por ejemplo: los cabildos abiertos eran consultados para el traslado de algunas ciudades, cuestiones de impuestos y para postular a personas para que ocuparan cargos en la administración colonial, aunque su designación dependiera exclusivamente del monarca. Sin embargo, a medida que los Borbones fueron radicalizándose en la implementación del absolutismo, estas formas de participación fueron desapareciendo. Vuelven a resurgir con toda su fuerza en el periodo de la independencia de las naciones latinoamericanas. Son los cabildos abiertos los que proclaman las juntas de gobierno y la independencia a lo largo y ancho del continente, aunque estaban restringidos para los señores criollos. Luego vino el período republicano y la falsa democracia de la oligarquía criolla también ignoró y dejó en el desuso esta figura, así como lo habían hecho los absolutistas durante la Colonia. La oligarquía prefirió gobernar desde la hacienda o el club. Por 200 años estuvo gobernando de espaldas al país, aunque en la Constitución del 91 le dieran un carácter legal y constitucional a los cabildos. Aunque muchas veces la derecha los pusiera en práctica, como Peñalosa y Claudia López con el POT, los cabildos abiertos era puro formalismo. Ahora, en época de cambio esto debe ser diametralmente distinto.


No se puede hablar de cambio sin la voz de los ciudadanos. No se puede hablar de gobierno popular sin contar con el pueblo. Se vienen las reformas más importantes. Son vitales porque pueden cambiar realmente el país a nivel estructural. El modelo neoliberal en Colombia alcanzó su máximo pico con la Ley 100 de Uribe, que liquidó los derechos sociales y convirtió lo fundamental en el negocio privado de unos cuantos que, además, resultaron subsidiados por el Estado. Cambiar esto, mediante la reforma laboral, a las pensiones y a la salud, además del Plan Nacional de Desarrollo, significa construir un nuevo país, con un nuevo modelo económico. Esto termina afectando los intereses de los sectores más poderosos del país. De ahí surge la encarnizada oposición de dichos sectores que no cuentan con la mayoría de los ciudadanos, pero sí con la totalidad de los medios privados de comunicación. Ante la mentira sistemática que busca tumbar las reformas o deformarlas en el congreso, la mejor forma de defender dichas iniciativas es con la participación ciudadana. Un pueblo informado, empapado del tema, que lanza propuestas y da el debate, será más difícil de derrotar. Y es lo justo en una época de cambio, en la que el pueblo decidió desobedecer a los tiranos de siempre. Si ganara la mentira mediática impuesto por los grandes monopolios, el pueblo seguiría esclavizado, aunque votara cada 4 años.


Esa es la diferencia entre una democracia directa, popular y participativa y una democracia falsa, restringida y de castas. La derecha exige que no haya ninguna discusión con el pueblo en la plaza pública. Lo curioso es que días antes pregonaba que faltaba discutir aún más la reforma a la salud. Ante esta flagrante contradicción no tienen más remedio que esconderse en un interpretación clasista y excluyente de la democracia representativa. Pretenden convencer a la opinión pública de que la democracia directa es enemiga de la democracia representativa, cuando la verdad es que ambas se complementan y se retroalimentan de forma positiva. Los representantes del pueblo necesitan conocer la opinión y las necesidades reales del pueblo y los ciudadanos necesitan participar de las decisiones de Estado para que estas en verdad beneficien a la comunidad. Pero los defensores de la desigualdad absoluta, aunque finjan ser demócratas, lanzan todo un discurso de supremacismo moral e intelectual en el que pretenden mostrar al pueblo como ignorante, desinformado y fanático. Los principales seudo argumentos de los que se oponen a la convocatoria hecha por el presidente apuntan a que la gente que participe no conoce en realidad la reforma, no sabe nada del funcionamiento del Estado, son fanáticos petristas pagados o radicalizados, que hasta pueden generar caos, etc. La receta de siempre que muestra al pueblo como una chusma que debe ser dominada y domesticada por una élite de privilegiados que han gobernado siempre y sí que saben educar a la fuerza a esa turba de igualados. Por supuesto, es una lucha por el poder. Los enemigos del cambio temen que este período dure demasiado y les quede imposible volver. Ese pueblo activo no lo permitiría.


La discusión de las reformas en la plaza pública también es una medida anti golpe. Los que acusan falsamente al presidente de querer convertirse en un dictador son los que quieren violentar la Constitución y lanzan amenazas soterradas o abiertas al respecto. Desde antes de que Petro fuera elegido, y ante su inevitable derrota, la extrema derecha amenaza con volar toda la república. El presidente en cambio cumple en realidad el mandato de la Constitución, que permite que el pueblo pueda participar en la toma de decisiones de forma directa y sin ninguna distinción o discriminación. Cualquier persona, sin importar su condición económica, de género o raza, puede participar en la discusión pública de las reformas que implementen el ejecutivo y el legislativo. Eso no menoscaba la democracia. Al contrario, la engrandece. Eso no es vandalismo, sino tramitar los temas estructurales de forma civilizada y racional. Esto no atenta contra la institucionalidad; más bien la perfecciona. La otras salidas aparte al debate y a la participación del pueblo, es el golpe o la hipocresía de una falso cambio.


Manuel Beltrán.


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