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LA JOYA DE LA CORONA

  • Foto del escritor: Manuel Beltran
    Manuel Beltran
  • 28 ago 2022
  • 5 Min. de lectura

Colombia ha sido participe de las grandes transformaciones de la humanidad. En determinados momentos de la historia ha estado a la vanguardia del progreso humano. Podemos retomar este camino antes de la República, cuando los comuneros llevaron a cabo su rebelión, en 1780, nueve años antes de la Revolución Francesa. Hay que recordar que la Gran Rebelión de Tupac Amaru II y Tupac Katari se había dado desde 1770, en los territorios de Perú y la actual Bolivia. Nuestro territorio, entonces, fue participe de aquella revuelta generalizada en el continente contra el poder de los borbones y el absolutismo. Ya en 1816, en plena gesta independentista, Simón Bolívar decretó la libertad para los esclavos y siervos que lucharan en nombre de la naciente República. Se debe tener en cuenta que este es un hito histórico para su momento, si pensamos que en otros países como Estados Unidos la libertad de los esclavos solo se daría hasta 1865.


También se puede retomar la gesta de los artesanos en 1854, cuando el pueblo trabajador, en compañía del Ejército Libertador, toma el poder con José María Melo. De las Sociedades Democráticas, donde el pueblo solía discutir sobre los temas de actualidad política de la humanidad (incluido el socialismo), se pasó a la acción revolucionaria que acabó en la denominada República de los Artesanos, una hazaña que presagiaba la Comuna de París de 1871. Cabe recordar que José María Melo finaliza sus días en México, luego de que las fuerzas reaccionarias en Colombia acabaran con el poder popular por la vía violenta. Allá luchó junto a los liberales de Benito Juárez, que derrotaron la invasión francesa de Napoleón III. Sus restos aún reposan exiliados en suelo mexicano.


Otro ejemplo que se puede abordar es el de los liberales como Rafael Uribe Uribe, que hicieron frente a la Regeneración conservadora y totalitaria, desde una perspectiva cooperativista. Pese a que las luchas se saldaron en favor de los conservadores, estas irradiaron en otras regiones, por medio de personalidades como el escritor José María Vargas Vila, que también estuvo presente en el Ecuador de Eloy Alfaro, en la Revolución Mexicana y hasta en la Segunda República Española. Si bien en Colombia las fuerzas retrógradas han salido victoriosas en la mayoría de ocasiones, esto no resta importancia al peso histórico que han tenido para la humanidad las luchas progresistas en tierras neogranadinas.


No se puede dejar de mencionar a Jorge Eliécer Gaitán. A primera vista se puede hablar de una persona cercana a líderes como Perón de Argentina o Lázaro Cárdenas de México. Sin embargo, Gaitán fue más allá. Desde su propia postura, es el padre del progresismo latinoamericano. No se podría pensar en los gobiernos de izquierda latinoamericana en los siglos XX y XXI sin él. Antes de un Salvador Allende, de un Chávez o un Evo Morales, existió Gaitán. Aunque no haya llegado al poder, su sacrificio marcó el rumbo de la región. Hablar de la lucha popular contra la oligarquía en el continente significa redordar a Gaitán. Pensar en el Estado como un mecanismo que privilegie a los humildes es lo mismo que retomar su legado. Darle a los pueblos originarios el lugar que se merecen no es otra cosa que cumplir sus palabras.


Hoy en día, Colombia atraviesa otro momento crucial, donde ha vuelto a ponerse al frente del devenir de la humanidad. La presidencia de Gustavo Petro (que es la presidencia del pueblo) convierte al país otra vez en protagonista no solo a nivel regional. Colombia se había mantenido aislada a causa de los 70 años de la última guerra que aún no llega a su final. Sin embargo, la posibilidad de paz ha abierto la esperanza para que el país retorne al escenario geopolítico, pues ya tiene cabeza para pensar en cuestiones más allá del conflicto y la muerte. La primera consecuencia de esta nueva realidad es que Colombia no puede limitarse a ser una herramienta más al servicio de los intereses de Estados Unidos. Ha llegado la hora de que Colombia tenga una voz propia y trabaje en función de sus propios objetivos.


La primera de estas nuevas metas debe ser el reconocimiento propio. El país debe consolidar su propia identidad y reconocer su espacio en el mundo. El peso geopolítico de Colombia es inmenso, de allí que muchos la hayan catalogado como la joya de la corona. Su ubicación en el continente puede ser la más importante de todas, y solo se puede aprovechar si se tiene una política internacional soberana e independiente. Colombia no puede seguir en conflicto| con sus vecinos. El gobierno de Petro deberá cerrar todas las controversias con los países a su alrededor, aunque esto no sea del agrado de Washington. Solo así el país podrá participar en la integración latinoamericana y obtener los beneficios de esta. Bien lo dijo el presidente en su discurso de posesión, la unidad latinoamericana no puede quedarse en foros internacionales, sino que debe pasar a iniciativas y proyectos concretos entre los países. Para esto es vital tener buenas relaciones con nuestros vecinos, más allá de cuestiones ideológicas.


Colombia debe convertirse en la punta de lanza de la integración latinoamericana. Por su posición geográfica, a ningún otro país le conviene más. Puede obtener beneficios en el Caribe, en el Pacífico, en la Amazonía, en la zona andina, con Centroamérica, etc. Esta integración y sus beneficios no se limitan al intercambio comercial. También traerán otros aspectos positivos, desde la retroalimentación cultural y humana, hasta la complementariedad en materias primas, pasando por la protección de los ecosistemas comunes, como es el caso de la región del Amazonas. Con esto, Colombia no estaría haciendo otra cosa que retomar su papel histórico, el devenir por el cual fue concebida. Recordemos que Colombia fue el nombre que Miranda le dio a todo el continente libre de la dominación española.


Por supuesto, no se trata de plantear un destino manifiesto por el cual el país se da carta blanca para aspirar a ser el nuevo mandamás de la región. Todo lo contrario, jamás se debe perder el carácter emancipador del origen de nuestras naciones. Las luchas de nuestros próceres no fueron para dominar a otros pueblos, sino para liberarlos. Así, el nuevo camino que emprende nuestra nación debe ser en beneficio propio y en el de sus hermanos. Si la región latinoamericana es prospera, Colombia también lo será. Es un beneficio mutuo que permitirá mejorar la calidad de vida de los latinoamericanos, proteger su riqueza medioambiental y levantar su propia voz en el teatro internacional. Colombia, entonces, volverá a estar en la vanguardia del progreso de la humanidad, a través de la práctica de una geopolítica más racional, que no se base en la dominación, sino en el entendimiento. Además, también demostrará que los pueblos del Sur pueden desarrollarse por esta vía propia.


Manuel Beltrán.


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